Dionisia García en el fluir del tiempo
por Ángeles Mora
… y solamente/ lo fugitivo permanece y dura
(Francisco de Quevedo)
No
puedo pensar en Dionisia García sin recordar cómo llegué a ella a
través de su revista, la revista poética Tránsito, que
fundó y dirigió durante muchos años, una de las primeras revistas
poéticas importantes que surgieron en España en los años 70.
Algunos de mis primeros poemas se publicaron en esta revista,
circunstancia que siempre recuerdo con agradecimiento. Dionisia supo
ofrecer Tránsito, generosamente, tanto a los y las poetas
que buscábamos un camino como a quien ya poseía nombre dentro
de la sagrada tribu.
Dionisia
García tiene una trayectoria impecable e implacable, siempre
sumando. Inasequible al desaliento, su voz no se detuvo nunca. Con
“la verdad siempre en tránsito”, como nos dice en un poema de
Anche se al buio (Aún a oscuras, Bari, Italia, edición
bilingüe, 2001).
Hay
algo que respeto profundamente en Dionisia. Me refiero a su
independencia, su coherencia en el camino poético elegido. Primero
fue el vaho que su palabra dejaba en los espejos para escribir en
ellos el propio asombro. Asomada a la ventana del día, con el
corazón expuesto al roce de las horas, un cristal se empañaba.
Surgían palabras, pensamientos, verdades resbalando hacia otra
verdad, fluyendo en las aguas del tiempo.
Su
obra es extensa e intensa, manteniéndose siempre, como digo, en un
lugar personal y exigente, un lugar propio conquistado, verso a
verso, por su manera de decir y decirse a sí misma y para todos. Sin
prisa, pero sin pausa, característica de quien tiene una voz propia
que yo veo ya presente en su primer libro, buscando el sentido de la
vida en cada momento, aquí y ahora: vitalismo, con un fuerte sesgo
de temporalidad, lo que también añade a su poesía un suave tono
elegiaco, un hilo de melancolía, que une toda su obra con un hilván
que le da cohesión y continuidad.
La
poesía de Dionisia García es un puro acontecer, una sucesión de
momentos que la consciencia no quiere dejar pasar sin que conste en
acta. Así dice en su poema “Acontecer”, de El engaño de los
días (2006):
Pasar no es sólo ir hacia el fatal destino,
es también darse cuenta
de la línea de sol en el muro encalado,
de atardeceres lentos en la ciudad que habitas.
Eres cuanto recuerdas,
sin dejar el momento presente y pasajero
que ha de instalarse luego en la memoria...
¿Todo es cierto y ha sido, o está siendo?
Sólo una luz oculta que, misteriosa, invita.
Pasar no es sólo ir hacia el fatal destino,
es también darse cuenta
de la línea de sol en el muro encalado,
de atardeceres lentos en la ciudad que habitas.
Eres cuanto recuerdas,
sin dejar el momento presente y pasajero
que ha de instalarse luego en la memoria...
[…]
¿Todo es cierto y ha sido, o está siendo?
Sólo una luz oculta que, misteriosa, invita.
Encontrar
la trascendencia y la poesía en las cosas cercanas, en nuestro cada
día ha sido siempre su ambición. Recuerdo un poema de su primer
libro, deliciosamente hiriente o “heridor”, en donde ya aparecía
ese arañazo del tiempo y la carga de vida que tiene y contiene cada
instante: me refiero a su horaciano poema “Eheu fugaces…”
Cuando vuelvas, ya no estarán aquí;serán otros los que pinten los postes,
los que abracen a las muchachas rubias
y
regalen mecheros automáticos…
.........
Las muchachas se fueron;
en sus bolsas de paja
guardaban un casete.
El autobús arrastró las sonrisas.
Un aire fresco me hizo preguntar:
¿estará aquí la verdadera melodía?
La
poesía de Dionisia García es una reflexión a partir de sí misma,
de sus sentimientos, de sus sensaciones, pero una reflexión hecha
con los materiales poéticos más sutiles y sugerentes, dirigidos al
imaginario del lector, que acaba sumergiéndose poco a poco en su
propio océano vital. Así que su poesía es como un iceberg, que nos
muestra sólo una parte de lo que nos esconde. Leyéndola sentimos la
inquietud de lo que hay por debajo de nuestros actos y de nuestro
estar en el mundo. Lo que hay por debajo de las palabras. No en vano
Dionisia titula a uno de sus libros: Las palabras lo saben.
La
búsqueda de la naturalidad, la huida de la afectación, en la línea
de nuestra mejor tradición poética, le sirve, pues, a Dionisia
García para sacarle a las palabras no sólo lo que dicen sino lo que
también ocultan, la carga de profundidad que llevan, si sabemos
provocarlas. Porque un poema es siempre una provocación que nos
incita a vivir, a no dejar escapar la belleza o la tristeza o la
melancolía o la felicidad del mundo sin que nos deje su marca.
Hay
otro registro en Dionisia que no quiero olvidar y es su faceta
“aforística”. Es autora de varios libros de aforismos: Ideario
de otoño (1994), Voces
detenidas (2004) y El
caracol dorado (2011). No es un
género fácil. Pero ella sabe encontrar la chispa inteligente. Son
golpes de luz, iluminaciones, reflexiones, otro modo de pensar.
Muchas veces desde la ironía ingeniosa, otras desde la crítica, la
contemplación o la especulación.
Su
último libro publicado Señales,
me hizo disfrutar especialmente. Con madurez y belleza, en un tono
tan suyo, meditativo y vivo al mismo tiempo, buscando el gozo del
instante, la intensidad del presente, ya desde el poema que lo abre:
“Inutilidad de la tristeza”. Pero desde el hoy desplegándose
hacia el espesor rico e incierto de la existencia. El presente en
primer plano y un horizonte frágil hacia la incertidumbre del mañana
y la nostalgia o la niebla del ayer. Homenajes medidos, recuento y
aceptación. Un libro vitalista, aún en la melancolía de lo vivido
y más: en la mirada un tanto estoica, pero también benévola, hacia
la bruma del porvenir. Un mañana que, aunque estreche su cerco, no
deja de alumbrar.
Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952). Licenciada en Filosofía Hispánica por la Universidad de Granada. Vive en esta ciudad andaluza. Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. En el año 89 obtuvo el Premio Rafael Alberti de poesía por La Guerra de los treinta años y en el año 2000 el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Contradicciones, pájaros (Visor, Madrid).
Ha publicado, además, en poesía: Pensando que el camino iba derecho ( 1982), La canción del olvido (1985), La dama errante (1990), Silencio (1994), Elegía y postales (1994), y Bajo la alfombra (2008),
entre otras obras que ahondan una continuada escritura poética vertida
en libro desde la más temprana juventud de la autora.
ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013
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