jueves, 27 de junio de 2013

"Acaso lluvia". Clara Janés. Dossier/11. Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa. Ágora.




ACASO LLUVIA, POEMA CARTA Y POÉTICA
DEDICADO A DIONISIA GARCÍA. Por CLARA JANÉS




ACASO LLUVIA


Dionisia,
mira la calma de esta tierra
entregada
al azar de las nubes,
mientras emergen de su seno
los verdes brazos de las ramas
en himnos de alabanza.
Si nuestra vida alienta en la aridez
y límite y final
son su horizonte,
nuestra voz es clamor
que brota del secreto indescifrable
y un fruto nos ofrece
que se desprende y rueda
para ser alimento
o germen,
acaso lluvia
en laderas ignotas.
Ahuyentemos temores,
cobijemos el punto del ahora,
liberemos de lastre al don que nos rebasa
y en la quietud expectante
seamos ofertorio silencioso
como esta tierra mansa.







Clara Janés Nadal (Barcelona, 1940), poeta, ensayista y traductora, autora de una obra poliédrica que brota de una continua fuente de amor por la escritura y la vida. Su bibliografía se extiende desde uno de sus primeros libros, publicado en 1964, Las estrellas vencidas (reeditado por Huerga y Fierro, 2011), hasta su último libro reeditado en 2012, La vida callada de Federico Mompou (Vaso roto ediciones), que actualiza el anterior que obtuvo en 1972 el Premio Ciudad de Barcelona de Ensayo.

Entre sus libros de poesía, destacan Vivir (premio ciudad de Barcelona de poesía en 1983, editado por Hiperión, Madrid), Kampa (Hiperión, 1986), Lapidario (Hiperión, 1988), Diván del ópalo de fuego (Editoria Regional de Murcia, 1996) Árcangel de sombra (Visor, Madrid, 2000, Premio Ciudad de Melilla), Fractales (Pre-textos, Valencia, 2005), Río hacia la nada (Premio de Poesía Ciudad de Torrevieja, editado por Plaza y Janés, 2010), Variables ocultas (Vaso Roto, 2010). Antología Personal (Ediciones Rialp, Madrid) recoge la primera etapa de su poesía, hasta 1979.

Autora también de cuentos y de novelas, como Los caballos del sueño (Angrama, Barcelona, 1989), de un lúcido ensayo, de referencia para comprender la relación entre la escritura y el habla: Las palabras de la tribu (Cátedra, 1993), y, sobre todo, de una obra espiritual, singularísima en la literatura española de este tiempo, La voz de Ofelia (editada por Siruela, Madrid, 2005).

Traductora y antóloga de poesía. Sobresalen sus traducciones del poeta checo Vladimir Holan.

martes, 25 de junio de 2013

Dionisia García en el fluir del tiempo. Por Ángeles Mora. Dossier/10. Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa. Avance Ágora 1 Nueva Colección


Dionisia García en el fluir del tiempo

                               por Ángeles Mora
… y solamente/ lo fugitivo permanece y dura
(Francisco de Quevedo)



No puedo pensar en Dionisia García sin recordar cómo llegué a ella a través de su revista, la revista poética Tránsito, que fundó y dirigió durante muchos años, una de las primeras revistas poéticas importantes que surgieron en España en los años 70. Algunos de mis primeros poemas se publicaron en esta revista, circunstancia que siempre recuerdo con agradecimiento. Dionisia supo ofrecer Tránsito, generosamente, tanto a los y las poetas que buscábamos un camino como a quien ya poseía nombre dentro de la sagrada tribu.

Dionisia García tiene una trayectoria impecable e implacable, siempre sumando. Inasequible al desaliento, su voz no se detuvo nunca. Con “la verdad siempre en tránsito”, como nos dice en un poema de Anche se al buio (Aún a oscuras, Bari, Italia, edición bilingüe, 2001). 
 
Hay algo que respeto profundamente en Dionisia. Me refiero a su independencia, su coherencia en el camino poético elegido. Primero fue el vaho que su palabra dejaba en los espejos para escribir en ellos el propio asombro. Asomada a la ventana del día, con el corazón expuesto al roce de las horas, un cristal se empañaba. Surgían palabras, pensamientos, verdades resbalando hacia otra verdad, fluyendo en las aguas del tiempo.

Su obra es extensa e intensa, manteniéndose siempre, como digo, en un lugar personal y exigente, un lugar propio conquistado, verso a verso, por su manera de decir y decirse a sí misma y para todos. Sin prisa, pero sin pausa, característica de quien tiene una voz propia que yo veo ya presente en su primer libro, buscando el sentido de la vida en cada momento, aquí y ahora: vitalismo, con un fuerte sesgo de temporalidad, lo que también añade a su poesía un suave tono elegiaco, un hilo de melancolía, que une toda su obra con un hilván que le da cohesión y continuidad.
 
La poesía de Dionisia García es un puro acontecer, una sucesión de momentos que la consciencia no quiere dejar pasar sin que conste en acta. Así dice en su poema “Acontecer”, de El engaño de los días (2006): 

     Pasar no es sólo ir hacia el fatal destino,
     es también darse cuenta
     de la línea de sol en el muro encalado,
     de atardeceres lentos en la ciudad que habitas.

     Eres cuanto recuerdas,
     sin dejar el momento presente y pasajero
     que ha de instalarse luego en la memoria... 

[…]

     ¿Todo es cierto y ha sido, o está siendo? 
     Sólo una luz oculta que, misteriosa, invita. 
 

Encontrar la trascendencia y la poesía en las cosas cercanas, en nuestro cada día ha sido siempre su ambición. Recuerdo un poema de su primer libro, deliciosamente hiriente o “heridor”, en donde ya aparecía ese arañazo del tiempo y la carga de vida que tiene y contiene cada instante: me refiero a su horaciano poema “Eheu fugaces…”

         Cuando vuelvas, ya no estarán aquí;
         serán otros los que pinten los postes,
         los que abracen a las muchachas rubias
         y regalen mecheros automáticos… 
            .........

          Las muchachas se fueron;
          en sus bolsas de paja
          guardaban un casete.
          El autobús arrastró las sonrisas.

          Un aire fresco me hizo preguntar:
          ¿estará aquí la verdadera melodía?  
 
La poesía de Dionisia García es una reflexión a partir de sí misma, de sus sentimientos, de sus sensaciones, pero una reflexión hecha con los materiales poéticos más sutiles y sugerentes, dirigidos al imaginario del lector, que acaba sumergiéndose poco a poco en su propio océano vital. Así que su poesía es como un iceberg, que nos muestra sólo una parte de lo que nos esconde. Leyéndola sentimos la inquietud de lo que hay por debajo de nuestros actos y de nuestro estar en el mundo. Lo que hay por debajo de las palabras. No en vano Dionisia titula a uno de sus libros: Las palabras lo saben.
La búsqueda de la naturalidad, la huida de la afectación, en la línea de nuestra mejor tradición poética, le sirve, pues, a Dionisia García para sacarle a las palabras no sólo lo que dicen sino lo que también ocultan, la carga de profundidad que llevan, si sabemos provocarlas. Porque un poema es siempre una provocación que nos incita a vivir, a no dejar escapar la belleza o la tristeza o la melancolía o la felicidad del mundo sin que nos deje su marca. 
 
Hay otro registro en Dionisia que no quiero olvidar y es su faceta “aforística”. Es autora de varios libros de aforismos: Ideario de otoño (1994), Voces detenidas (2004) y El caracol dorado (2011). No es un género fácil. Pero ella sabe encontrar la chispa inteligente. Son golpes de luz, iluminaciones, reflexiones, otro modo de pensar. Muchas veces desde la ironía ingeniosa, otras desde la crítica, la contemplación o la especulación.
Su último libro publicado Señales, me hizo disfrutar especialmente. Con madurez y belleza, en un tono tan suyo, meditativo y vivo al mismo tiempo, buscando el gozo del instante, la intensidad del presente, ya desde el poema que lo abre: “Inutilidad de la tristeza”. Pero desde el hoy desplegándose hacia el espesor rico e incierto de la existencia. El presente en primer plano y un horizonte frágil hacia la incertidumbre del mañana y la nostalgia o la niebla del ayer. Homenajes medidos, recuento y aceptación. Un libro vitalista, aún en la melancolía de lo vivido y más: en la mirada un tanto estoica, pero también benévola, hacia la bruma del porvenir. Un mañana que, aunque estreche su cerco, no deja de alumbrar.


  
Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952). Licenciada en Filosofía Hispánica por la Universidad de Granada. Vive en esta ciudad andaluza. Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. En el año 89 obtuvo el Premio Rafael Alberti de poesía por La Guerra de los treinta años y en el año 2000 el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Contradicciones, pájaros (Visor, Madrid).
Ha publicado, además, en poesía:  Pensando que el camino iba derecho ( 1982), La canción del olvido (1985), La dama errante (1990), Silencio (1994), Elegía y postales (1994), y Bajo la alfombra (2008), entre otras obras que ahondan una continuada escritura poética vertida en libro desde la más temprana juventud de la autora.                  



           ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013



domingo, 16 de junio de 2013

HOMENAJE A DIONISIA GARCÍA. Por JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. Dossier Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa. Ágora-Papeles de Arte Gramático, Nueva Co-lección vol. 1

                  José María Álvarez (foto cortesía del autor. Copy: Carmen Marí).



HOMENAJE A DIONISIA GARCÍA


Siempre he pensado que los homenajes -­como los premios-­ más que honrar al celebrado, dignifican a los organizadores o jurados de los mismos, cuando deciden bien. Con Dionisia García tal acierto es fácil, porque hay muchas caras en ese diamante y todas luminosas, como para que la elección se imponga por si misma.

Una gran dama, lo que hoy es raro; extraordinaria persona, lo que resulta más inverosímil, leal a sus amigos y fiel a los principios morales que han construido su vida; y alegre, desbordante de vida, gustosa de esa Vida. Y lo más importante, acaso: una excelente poeta que ha ido construyéndose en el silencio, la soledad y a la que jamás he visto traicionar esa herencia que es lo que somos como escritores: el ejemplo de los que nos preceden.

Yo la he visto encantar a quienes han tenido la suerte de escucharla leer sus poemas, en muchos lugares; y daba igual que fuera en España, o en París, o en Puerto Rico, o en Moscú o San Petersburgo, o Sicilia, o Buenos Aires... en tantos sitios. y en todos esos auditorios, la unanimidad del aplauso indicaba que Dionisia García está ya en esa cima donde no existen nacionalidades ni lenguas ni ningún otro invento perturbador del Arte. La entendían y la amaban.

No existen poetas murcianos ni gallegos ni franceses ni rusos ni japoneses. Existe una misteriosa red mundial de adoradores de la Poesía, donde tampoco hay diferencias históricas. Todos, desde Homero, somos contemporáneos. Los poetas sólo tienen algo que los diferencia: los que son merecidamente olvidados al instante y los que permanecen.

Creo, y en esas conjeturas no suelo equivocarme, que Dionisia García pertenece al segundo y excelente grupo.


José María Álvarez


Página web del autor:



El autor de Museo de cera nació en Cartagena (España), el 31 de mayo de 1942. (Según reza en la "biografía" publicada en la web del autor). Licenciado en Filosofía y Letras, con estudios de Filosofía Pura en las universidades de Madrid y la Sorbona, ha consagrado su vida a la Literatura y a los viajes. Traductor a la par que poeta (son célebres sus traducciones de Kavafis, Steveson, Shakespeare, Hölderlin, T. S. Eliot ­-entre otras; algunas de ellas publicadas en la editorial madrileña Hiperión). Su traducción de los poemas de Konstatino Kavafis, en Hiperión, forma parte de la cultura poética española de finales del siglo XX, tanto fue su impacto y lectura en varias generaciones de lectores y de jóvenes poetas.

La propia obra poética de José María Alvárez se ha ido configurando a lo largo de los años, y se recoge en un libro: MUSEO DE CERAprimera edición, en 1974; y la séptima y última (y primera completa) de 2002.

Además, ha publicado: Libro de las nuevas herramientas (1964); La edad de oro (1980), con reedición española en 2004 e italiana en 1986; Nocturnos (1983 y ediciones sucesivas); Tosigo ardento (1985; y reedición italiana en 2004); El escudo de Aquiles (1987); Signifying nothing (1989); El botín del mundo (1994); La serpiente de bronce (1996; edición francesa en 2000); La lágrima de Ahab (1999); Para una dama con pasado (edición italiana en 2004); Sobre la delicadeza de gusto y pasión (2006); Bebiendo al claro de luna sobre las ruinas (2008).

Es también autor de varios libros de ensayos y de novelas, entre las que destacan las de "género erótico": La esclava instruida, La caza del zorro.

                        ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013

sábado, 15 de junio de 2013

EL ORIGEN. Por Caty García Cerdán. 8/ Dossier. Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa. Revista Ágora nueva colección 1



Un nuevo avance -8- del dossier bibliográfico que dedicamos a la poeta y escritora Dionisia García (y que aparecerá impreso y en libro digital, a partir de septiembre, en la publicación que venimos anunciando: ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO. Nueva colección, Ágora de Arte Gramático, volumen I.)

En esta entrega, la profesora Caty García Cerdán dibuja y nos cuenta- con fábula de poeta y tiempo transitivo de narrador que susurra en voz off, siguiendo las cuatro direcciones de una memoria lírica- los hilos que unen a la niña de Alendero con la obra de Dionisia García Correo interior. Se trata, por tanto, de un texto que narra algo así como "el origen" del universo mítico personal de la poeta de El engaño de los días y Señales.

 
Dionisia García. Fuente: La Verdad

EL ORIGEN

        Por Caty García Cerdán

        

                                               Para la niña de Alendero



Yo tenía un secreto.
No lo decía, no me hubiesen entendido, aunque no lo escondía tampoco. En ocasiones, iniciaba un acercamiento a lo que podía ser una declaración sincera, pero callaba al oír el eco.
Es que era una pasión, me decía a mi misma.
Todo empezó con la mirada. El mundo se me ofrecía, tan inmenso, que me aturdía. Era algo inabarcable que necesitaba conocer y disfrutar. Sólo sé que la palabra empezó a ser mi talismán. Escribía, leía o inventaba. Me comunicaba con ella y notaba su poder de seducción. El mundo podía ser traducido y enamorado.
 

EL PONIENTE

Hacía sol y se olía a especias y a limpieza. Pero no sólo era el olfato, también el tacto me ayudaba a entender las sensaciones de la mañana. Pasaba una y otra vez, la mano sobre el mármol de la mesa, en la que Restituta pelaba innumerables patatas para el guiso de pollo, en el que éste parecería un náufrago sin suerte en un mar de caldo. Era el gran tazón universal en el que el abuelo, en total soledad y a la cabecera de la mesa del comedor hundiría día tras día y año tras año, su nariz judaica, sentándose siempre a la misma hora. El rito no admitía espera, la vida sí.
 
También las patatas iban destinadas a una tortilla en la que el grosor sería difícilmente asimilable para una niña feliz ante tal espectáculo. 
 
Los ruidos llegaban de la calle y ésta se ofrecía libre de obstáculos. La ventana, a nivel de la calle, era un buen observatorio, por lo que la tía Asunción, ya muy anciana, elegía, junto a ella, su sitio por la mañana. Ocupaba un vacío. Ella pertenecía al paisaje de la casa y moriría como los árboles: terminado su ciclo se iría, sin lágrimas, sin duelo. 
 
La vida fluía y todo estaba bien organizado: el bar, Teléfonos, la panadería-confitería, la tienda de tejidos y sus clientas y don Juan, el párroco, dirigiéndose al confesionario en el que esperaba oír una vez más, los tristes pecados de los hombres; siempre iguales aunque obedecieran a impulsos diferentes. Impulsos y pecados que pertenecían a la vulnerable condición humana y bajo el peso de la culpa se le veía salir de la iglesia. Pero la niña no entendía la palabra prestamista referida a don Juan y siempre dicha en voz muy baja.
 
La escuela y el ayuntamiento, estaban agrupados al fondo de la plaza. El silencio estaba organizado. No era un tiempo propicio para los hombres. 
 
La niña, bajaba del primer piso ayudándose de la barandilla de la escalera y una vez más, el mármol limpio de los escalones, le incitaban a pasar la mano para comprobar que era cierto.
 
Salió y al final de la calle se veía un horizonte tan cercano que no pudo evitarlo: comenzó a andar. 
 
La llegada no se producía, pues cuanto más se acercaba a la línea del fondo, ésta más se hundía. Le entró temor, aumentado al oír unos gritos. 
 
Miró al lugar del que provenían y descubrió una casa pintada de granate oscuro, aislada. Era como la tierra misma. Se acercó y vio una ventana abierta con un amplio alféizar, muy bajo. La niña se acercó. Sobre una cama pequeña reposaba un hombre tan quieto que le dio tranquilidad. Decidió apoyarse en el borde, cuando apareció una mujer llorando y gritando sin acercarse a la cama; luego, tan asustado como la niña al oír los gritos o más bien los aullidos, apareció en la puerta de la habitación un niño. Ya le era imposible despegarse de la tierra que la sostenía.
 
Estuvo allí largo, muy largo tiempo. Los veía tan cerca que formaba parte del todo, pero no la veían. 
 
¿Es que era invisible?
 
La luz era tan intensa que todo lo que le rodeaba estaba inmerso en una especie de niebla e intuyó que la estarían buscando y salió de allí corriendo. 
 
Encontró la casa alborotada por su ausencia, pero calló.
Comió sola algo de tortilla y merodeando por la puerta se vio otra vez caminando hacia lo hondo. 
 
Oscurecía y el poniente, en el lateral de la casa granate se ofrecía tan inmenso como la tristeza que embargaba el lugar. Se dirigió a la ventana que enmarcaba, una vez más, la vida y la muerte, pero a diferencia de la mañana, había más gente y un cierto movimiento. 
 
La niña no llegó a entender por qué se llevaron, cuando ya anochecía, al hombre acostado si nadie quería. Todo quedó vacío de repente. Sólo un camión en la puerta y un último grito.

 
EL LEVANTE

Siempre estaba allí: esperándonos. Nada cambiaba año tras año, pero eso era lo que nos gustaba. 
 
Los preparativos para el viaje, el único, adquirían carácter de revolución: colchones, ollas, cajas con ropa, libros, paquetes, muchos, de todos los tamaños…

Era tan hermoso ver tal acumulación de vida que la niña deseaba que nada se moviese de aquella entrada, espacio en el que se colocaba todo. Antes de dormirse, bajaba una y otra vez a mirar. ¡Cuánto futuro!

A la mañana siguiente, encima de cualquier bulto, desde la atalaya de un camión y con los demás, viajaba en la luz hacia el mar. Todo era llano y pardo y multitud de seres minúsculos brillantes en suspensión. 
 
De pronto, empezaba a vislumbrarse. Nunca pudo sentir emoción ni promesa más cargada que la visión de ese horizonte azul.
 
A la llegada, por el trazado del pueblo, el mar jugaba al escondite. Bajar de cara hacia él, hasta ver la totalidad de esa unión de tierra y mar, o más bien de casas dormidas junto al mar pequeño, era lo deseado. 
 
Luego todo comenzaba. Puertas enormes que se abrían y él entraba. Desde ese día, su olor penetrante, su color, y su movimiento marcaban la vida y el despertar. Algunas mañanas, en el primer abrir de ojos y mirarlo, a lo lejos, pero ¡tan cerca!, se veía un avión deslizarse sobre él y una estela blanca tras de sí. La niña se quedaba quieta y seducida por la belleza de lo que para ella era un misterio. Las casas se agrupaban ordenadamente en unas cuantas filas junto al mar, con un hotel balneario como frontera para los veraneantes entre una parte del pueblo, más de temporada, y otra, popular y comercial. La pescadería y la segunda iglesia estaban lejos de lo que aparentemente era el centro del pueblo. 
 
La cotidianidad se instalaba en el vivir como el amanecer de todos los días. La casa, tan del sur, tenía un patio en el centro con un aljibe y un pozo, el gallinero y el retrete. El poyete de la cocina estaba retranqueado, bajo techado para esquivar algún posible temporal que pudiese sobrevenir a inicios de septiembre. 
 
Las puertas de las casas siempre permanecían abiertas y la vida transcurría sin fronteras. En la mayoría de éstas, sobre todo las que no daban al mar, la vida sucedía por la mañana, en grandes patios adornados con macetas, en los que se cocinaba, se lavaba la ropa, se charlaba…Y se protegían del fuerte calor. 
 
Niños y jóvenes desaparecían a hora muy temprana y nadie los echaba en falta. Era lo que se deseaba. 
 
El paraíso les esperaba. ¡Era tan sencillo!

Para los más pequeños, la pesca, por medio de un trozo de saco, arrastrándolo por la orilla para conseguir caballitos de mar, cangrejos y diminutos alevines. 
 
Para otros, la bicicleta, los amigos y el posible barco del pequeño mar. 
 
Las mujeres, trabajaban siempre: en el hogar o en las labores. Los hombres se distribuían entre los que trabajaban o jugaban a cualquier juego de azar. Eran los veraneantes. 
 
Los del pueblo salían del letargo del invierno y trataban de aprovisionarse para el siguiente. En el trato de unos con otros, siempre había una línea invisible que nadie cruzaba. 
 
La vida transcurría en una rutina tan organizada que nada parecía pudiese alterarla. Sólo los cuentos de miedo que el joven Pedro, el vecino, narraba en la oscuridad de la noche, amparado en su voluminoso cuerpo y su incipiente fealdad. Pero el orden establecido y el bienaventurado transcurrir de los días se iba a romper precisamente por la atractiva madre de Pedro: fue seducida por un veraneante. Como una explosión, aparecieron el escándalo y las pasiones, y en voz baja se decía que la mayoría luchaba contra su biografía. 
 
Todas las miradas se dirigieron a los que se habían atrevido a desequilibrar la apariencia de las cosas, esa pantalla que procura una visibilidad inmejorable. Todo empezó a ser ya complejo. Cuando la guardia civil llegó con el padre de Pedro, el mar, con un pequeño levante, desarrollaba una ola corta, pero la violencia que se desencadenó y los gritos que traspasaron los muros de la casa, fueron enormes. 
 
Entonces la niña comprendió que todos estamos solos y que el mar era sordo.


EL MEDIODÍA

El sol está aquí, te mira, te calienta, te deslumbra, no puedes pensar…Sólo observar que tal exceso de fuerza se transforma, aquí en la tierra, en belleza destructiva pero sobre aquel mar pequeño, su reverberar era tan hermoso e inabarcable que la niña deseaba fundirse en él, pero cuando nadaba hacia su centro, lo que parecía tan inalcanzable no era ya tan deseado.

Y si entraba por la ventana, tímidamente primero, para más tarde en toda su soberbia mostrarse, los adultos que la rodeaban, si era verano, trataban de camuflarlo y el ruido de persianas que bajaban hasta conseguir la cueva perfecta, la introducían en un mundo de sombras. 
 
Cuando se atrevía a salir, más que la luz, le aturdían los sonidos, el ruido, y si se movía por calles solitarias, las personas del pueblo con las que se cruzaba, parecían querer pasar lo antes posible por este infierno tan marcado por la contradicción del deseo y el rechazo. 
 
Había calles que se cubrían con toldos y prolongaba el hogar hasta la acera de enfrente, en buena armonía con la vecindad. 
 
Los que se querían, aguardaban a que la noche se compadeciese de los amantes, y entonces buscaban el sitio retirado y la brisa del mar chico que como caricia se sumaba a las que ellos se intercambiaban. 
 
Siempre se comía tarde, aunque no más tarde de las tres. Las velas se iban aproximando a la orilla del muelle para dar por finalizado el paseo por el mar, pero complaciéndose en llegar tardando.
No todos los días se podía ir con el barco hasta donde alcanzaba la vista, era el horizonte, y lo llamábamos el paraíso. 
 
La niña ya había alcanzado casi a comprender lo que era un posible purgatorio, sobre todo dicho en boca de mujeres y como algo cotidiano. Se preguntaba, ¿era simplemente vivir? No lo supo.
El limbo era más confuso, aunque no por poco oído, ya que le decían con frecuencia que estaba en él, pero lo cierto es que a veces se encontraba en el cuarto de estar, otras en el dormitorio y la mayoría pensando en el libro que estaba leyendo. Pero un verano, a las doce de la mañana, cuando el sol se muestra más soberbio, una amiga le dijo que un primo suyo, “muy pequeño”, acababa de llegar al limbo, pues había abandonado este mundo. Entonces decidió quedarse en la ignorancia y no volver a intentarlo. 
 
El infierno sí que era sencillo. Sobre todo en julio y agosto. Quemaba la piel e incluso el cuerpo se ponía rojo y sólo el vinagre mezclado con agua aliviaba algo. El olor a ensalada le era muy agradable y no entendía por qué su madre ponía cara de angustia. Lo que sí recuerda perfectamente es cuando vio el paraíso, pero no había por qué entenderlo, sólo querer formar parte de él. 
 
El viaje se iniciaba a primera hora de la mañana, el barco con el pescador esperaba en la orilla y sólo era necesario ponerse el bañador. La travesía por el mar chico era a veces salpicada por el agua que de tan salada se saboreaba y se dejaba secar sobre el cuerpo para así llevar una doble piel blanquecina y rasposa. 
 
Las islas nos veían pasar y a los del barco nos daba paz verlas allí tan seguras y varadas para siempre, en ese continuo dejarse y abandonarse a un mar que no las agredía. 
 
Siempre se pensaba que faltaba poco para llegar, cuando el horizonte se mostraba, no como una línea al fondo, siempre lejana, sino que, entreverada de luz intensa, se adivinaba la playa donde desembarcar. 
 
Ya estábamos. La niña quería ver y echó a correr, subir y bajar entre dunas de arena hasta verlo, tan azul, tan inmenso y siempre esperando en su soberbia soledad. Sólo cielo y mar. ¿Para qué ir más allá?

El regreso, con el poniente envolviéndonos, hacía desear el muelle, el paseo, la casa, todo lo hecho por el hombre que, como cueva, nos protegería del paraíso que con el sol del mediodía, un infierno, nos podría matar.


EL NORTE

Hace frío…Es extraño. Finales de agosto y la niña desde su cama presiente que el comienzo del día trae una luz diferente y una brisa de mañanas de colegio. Se levanta y lo primero, como un rito, es salir y verse en el nuevo día. Nada le defrauda.

Es tan fuerte la luz que todo brilla pero lo que más le sorprende es que dirige sus ojos de todos los días, lejos, muy lejos y logra ver, como en relieve, toda la costa, el trazo que dibuja el mapa, colgado de la pizarra, del colegio que tanto le seduce.

Todos los horizontes se muestran ¿dónde ir?

Recuerda de otras ocasiones que no va a durar muchas horas este esplendor ya que el norte buscará tierra y mar más propicios.

Se dirige andando, poco a poco, por la orilla hasta las últimas casas que preludian las barracas de los huertanos. Camiones y carros se agrupan junto al mar y las mantas, retaleras, sábanas…, conforman los muros de los distintos espacios que intentan una cierta independencia. La niña piensa que le gustaría mucho dormir junto al mar.

Las mujeres se afanan en limpiar la tierra que les acoge en primera línea de mar y son incansables en echar agua para que no haya polvo y se forme una especie de arcilla compacta sobre la que ponen los asientos más variopintos.

En las improvisadas cocinas, que los maridos les construyen, son capaces de hacer todo tipo de comidas y lo que más sorprende a la niña es la colectividad que conforman, en la que es casi utópico, conseguir un espacio propio. Pero el veraneo es tan auténtico como en el pueblo.

¿En qué consistiría el confort? Palabra que le perseguía desde que la oyó a su primo de Barcelona que había ido a visitarles. Fue lo que exclamó, cuando sentado en una mecedora de lona verde y respaldo alto, frente al mar pequeño, declaró sentirse feliz y que toda la casa era de un gran confort. En las barracas,¡tan diferentes!, se sentían también felices, pero no lo decían como su primo, sino que cuando pasabas entre ellas, el bienestar era tan evidente que pensó: las barracas también tienen confort, e incluso se es más libre que en el pueblo.

Una vez pasadas éstas, llegaría hasta un pequeño cabo, terreno solitario, y cogería chapinas. La luz ya era menos fuerte y un cierto letargo se desprendía de la tierra y el mar, pero al llegar comprendió que el límite estaba allí. Ya no había frontera entre la tierra y el mar. Si quisiese, sus pasos seguirían sobre el verde del agua, pero comprendió que más allá del cabo o de la profundidad de la línea azul oscuro del mar, todo quedaba lejos, muy lejos.

                                                       Caty García Cerdán (2013)

               REVISTA ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013


jueves, 13 de junio de 2013

BOLETÍN DIGITAL MAYO 2013. REVISTA ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO 1. Nueva colección





revista ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO DIGITAL MAYO 2013 Boletín 3
                                                   SUMARIO


LITERATURA RUMANA. OTRAS LITERATURAS


"Nu ţi-am spus până astăzi".("No te he dicho hasta hoy"). Poema de Elena Liliana Popescu, traducido por Joaquín Garrigós.


DOSSIER. DIONISIA GARCÍA: SEÑALES DE UNA ESCRITURA POÉTICA LUMINOSA
Presentación del dossier bibliográfico
en homenaje a Dionisia García

1. La poesía de Dionisia García en el nuevo siglo. Por Francisco Javier Díez de Revenga.
2. Dionisia García: entre el lenguaje y la memoria, entre el clasicismo y la contemporaneidad. Por Natalia Carbajosa.
3. Señales, de Dionisia García. Comentario de José María Piñeiro.
4. La experiencia de leer a Dionisia García. Por Ángela Mallén.
5. Celebración de Señales. Por Vanesa Pérez-Sauquillo.
6. Traducir a Dionisia García. Por Emilio Coco.


ANTOLOGÍA ACTUAL DE POESÍA ESPAÑOLA. La escritura plural.

7/ ÁNGELA MALLÉN: Tres poemas publicados y cuatro inéditos: "Frío", "Guerra", "Straßenbahn-tranvía"; inéditos: "Cal", "Vísperas" "Z", "Epílogo.

8/ Juan Vicente Piqueras: Cinco poemas de Juan Vicente Piqueras (selección del autor): "Vísperas de quedarse", "Adverbios de lugar", "Palmeras", "Museo de la Acrópolis", "Nombres borrados" (inédito, 2012).

CO-LECCIÓN ÁGORA I

. Juglarías...un poeta en Israel.Juan Zapato: dos poemas y un relato corto.
. Recordando el poema "Las manos", de Miguel Hernández.
. Miguel Hernández y la poesía social. Artículo de Fulgencio Martínez.
. ROMANCE DEL PRISIONERO. SALUDO A MAYO.

DIARIO DE LA CREACIÓN. Panorama de la poesía actual en español (poemas inéditos)
Diario de la creación/5. Rosa Jimena (España): "A veces uno tiene la tristeza"/ "Ley de vida".

RELATOS
Manuel García Viñó: LA ROSA.

PER-VERSIONES

Dos poemas de El año de la lentitud, de F. Martínez, en traducción al rumano por Elena Liliana Popescu. ("La ignorancia de los que aman", "Oración por Antonio Machado").


EL MONO GRAMÁTICO
ARTICULOS
1. Manifestaciones. Por Manuel García Viñó.
2. De la ñora: en busca del origen de un topónimo. a Antonio Martiz, in memoriam. Por Fulgencio Martínez.

LA POETRÍA. SECCIÓN ACEDIANA
De la vida y sus circunstancias generales: Tres canciones de Andrés Acedo: "Nube de verano". "Linterna de Madrid", "Por una pensión".

BIBLIOTHECA GRAMMATICA cuadernos de crítica literaria

ACTUALIDAD. Poesía
. ÀLBUM D'ABSÈNCIES, de Anna Rossell (Ed. Playa de Ákaba, 2013). Recensión de Manolo Ávila.

El cazadero los libros, cuaderno de criterio de Fulgencio Martínez
RELATO
. Guía novelada de la aventura del camino. Crítica del libro de relatos de Venancio Iglesias Sombras en el camino. (CSED, 2012)
. El cartero de José Luis. Notas de la presentación del libro de José Luis Martínez Valero Merced, 22. (Diego Marín editor, 2013)
poesía
. Viaje por átomos y galaxias. Comentario del libro de poesía de Miguel D'Ors Átomos y galaxias.(Renacimiento, 2013).




En este Boletín de Mayo de 2013, destacamos la presentación del dossier "DIONISIA GARCÍA:SEÑALES DE UNA ESCRITURA POÉTICA LUMINOSA". Las 6 entradas publicadas en el mes de mayo las podéis encontrar en el blog editorial de la revista.
LA REVISTA IMPRESA, A PARTIR DE SEPTIEMBRE.


Los contenidos pueden verlos en el blog:
www.diariopoliticoyliterario.blogspot.com
o en:



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