DIONISIA GARCÍA: ENTRE EL LENGUAJE Y LA MEMORIA,
ENTRE EL CLASICISMO Y LA CONTEMPORANEIDAD
Por Natalia Carbajosa
"Dionisia García conecta a un tiempo con el pensamiento
clásico y con un aspecto muy llamativo de su propia contemporaneidad: el de las poetas españolas que, a la llegada de la democracia, inauguran un discurso poético con “autoridad”,
de la que habían carecido sus predecesoras".
La poeta y profesora Natalia Carbajosa analiza la trayectoria de Dionisia García dentro de la poesía escrita por mujeres en España a partir de los 1970, y repasa los temas recurrentes a lo largo de la obra de la poeta (la memoria, los objetos, lo aforístico…).
Cerca
del oráculo de Trofonio, en Lebadea (Beocia) había dos manantiales,
en cuyas aguas debían beber los consultantes: la fuente del Olvido
(Lete) y la de la Memoria (Mnemósine). Lete pasó a ser alegoría
favorita de poetas (el Olvido, hermano de la Muerte y el Sueño) y de
filósofos (antes de volver a la vida y hallar otra vez un cuerpo,
las almas bebían este brebaje, que les borraba de la memoria lo que
habían visto en el mundo subterráneo). Por eso, según Platón,
saber es recordar: es volver una y otra vez a Mnemósine, que nos
recuerda que no venimos de la nada.
En
una obra singular dentro de la trayectoria de Cesare Pavese, Diálogos
con Leucó,
Mnemósine le explica a Hesíodo que la memoria no es sino el
recuerdo de la vida inmortal, esa que los mortales han de “recordar”
para difundirla entre ellos mientras estén en el mundo. El hombre es
esencialmente tiempo, un tiempo finito, pero su contribución al
continuum
de
la civilización, constantemente reconocido como tal por el arte y la
filosofía, de algún modo lo vincula, en efecto, con la
inmortalidad. Incluso en estos tiempos en que la realidad inmediata
nos acucia con sus sobresaltos, hay espacio, a poco que nos
resistamos a sus vaivenes, para esa medida paralela del tiempo a la
que nos conduce la memoria.
“Qué
somos sino memoria.” Son las palabras con las que Dionisia García
comienza su Poética en la antología En
voz alta: Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70,
publicada
en Hiperión en 2007. No solo eso: uno de sus primeros poemarios,
acaso el primero que la dio a conocer fuera del ámbito local, se
titula, precisamente, Mnemosine
(Rialp,
Colección Adonais, 1981). Y dentro de él, en el poema “Memoria”,
la poeta actualiza el mito de la diosa y nos presenta a un Zeus que,
dejando a un lado los oropeles del poder, cae asombrado ante la
cualidad de Mnemosine, trocando violencia por amor. Así se desprende
de los versos finales:
Agónico
temblor entre los muros,
batalla
singular alentó el canto,
hasta
temblar las cítaras, con besos,
y
amar en Mnemosine la memoria.
En
su reivindicación de la memoria como elemento vertebrador de la
poesía, Dionisia García conecta a un tiempo con el pensamiento
clásico y con un aspecto muy llamativo de su propia
contemporaneidad: a saber, el de las poetas españolas que, con la
apertura a la democracia de finales de los 70 del siglo pasado,
inauguran un discurso poético con una firmeza (léase “autoridad”)
de la que habían carecido sus predecesoras, abrumadas como estaban
por el estereotipo de la “poetisa-ruiseñor”, que solo habría de
ocuparse de temas románticos y domésticos (con excepciones notables
como la de Ángela Figuera o Carmen Conde, entre otras). Parte de
esta nueva actitud la refleja la apropiación que hacen las autoras
de los mitos clásicos, a menudo reescribiéndolos bajo un nuevo
prisma (el de la voz femenina que habla y actúa, en lugar de
permanecer pasiva). Muchos son los ejemplos, tal como apunta Mª
Dolores García Selma en su artículo “La búsqueda de una
identidad literaria: un siglo de poesía escrita por mujeres”,
publicado en Empireuma
en
2004: Cordelia en Clara Janés, Dafne en Juana Castro, Lilit en
Andrea Luca… Mnemósine en Dionisia García, podríamos añadir.
Esta
técnica de apropiación de mitos con el fin de darles un nuevo
sesgo que nunca antes habían tenido, no es nueva en la poesía
escrita por mujeres: ya en el Modernismo angloamericano, con figuras
como H.D. (Hilda Doolittle), que dio voz a personajes como Helena de
Troya, Eurídice o Casandra, observamos cómo las poetas
contemporáneas son capaces de asumir la tradición clásica con un
espíritu crítico, a menudo lúdico y siempre opuesto a una única
interpretación: penetran, por fin, en el Sancta
Sanctorum de
la sabiduría (no es casual que en tiempos de Virginia Woolf, por
ejemplo, las mujeres tuvieran vetado el acceso a los estudios de
filología clásica), y nos lo devuelven tamizado por el collage
de
la modernidad.
Pero
la nueva tradición, si se permite el oxímoron, que inauguran las
poetas españolas en los 70, no sería más que fuego de artificio si
no hubiera conocido una continuidad. Continuidad que no puede ni debe
descansar en la novedad constante: al contrario, si ha de afianzarse,
la primera herramienta a disposición de sus artífices no es otra
que el lenguaje, amplificado con resonancias tanto culturales como
vitales. Y aquí, al igual que en el caso de los usos
desacostumbrados de la tradición, las poetas se ven en la necesidad
de buscar un modo de expresión en el que puedan reconocerse; algo
así como dotarse a sí mismas de la voz con la que hacen hablar a
sus personajes mitológicos, libre de pensamientos adoptados y ecos
de modos de vida no elegidos. En palabras de Olvido García Valdés:
"No
se puede partir de lo dado, de una lengua-pensamiento que una forma
de vida o de cultura conforma, la nuestra, una lengua históricamente
patriarcal. Que las mujeres construyan en ella sus poemas o novelas,
que piensen en esa lengua, necesariamente va arañando, añadiendo,
contradiciendo, limando, socavando o destruyendo juegos del lenguaje,
expresión que es su pensamiento y modo de ver el mundo".
En
el caso de Dionisia García, la evolución formal de los libros
posteriores a Mnemosine
permite
descubrir cada vez con más claridad la naturaleza de su pensamiento,
su capacidad para tomar las riendas de su propia expresión.
Curiosamente, ese punto de partida que supuso su atención a la
memoria como instrumento del tiempo y construcción cultural a un
tiempo, sigue presente en gran parte de sus libros posteriores:
Interludio
(1987),
Lugares
de paso (1999),
El
engaño de los días (2006)
o el muy reciente Señales
(2012).
Todos ellos hablan, desde su misma presentación, de esa voluntad de
no quedarse confundida (engañada) por el tiempo finito de los
hombres, sino de seguir los indicios (las señales) que llevan a otra
dimensión temporal, alentada por la diosa, en la que las
circunstancias personales (los lugares de paso de la vida) adquieren
proporciones relativas. He querido destacar, para los propósitos de
este artículo, dos recursos estilísticos que singularizan la poesía
de madurez de Dionisia García y acentúan su cualidad articulada: la
atención a los objetos, por un lado, y su cualidad aforística por
otro (no hay que olvidar que la autora también ha publicado libros
de aforismos, como Voces
detenidas (2004)
y El
caracol dorado (2011)).
La
poesía de Dionisia García, en efecto, está llena de aforismos
sorprendidos en mitad de una estrofa. Muchos de ellos expresan ese
camino de ida y vuelta, ese fluir inacabado que es la vida en la
percepción de la autora: “Al regresar prefiero traer lo más
lejano, / aquello que llegando ilumina los sueños.” Dionisia
García, además, conoce el privilegio de haber llegado (y seguir en
ella) a una edad avanzada, con lo cual la relación de sus versos con
el tiempo está llena de significado concreto, en absoluto ligada a
una abstracción indefinida: “Me detiene la nada cristalina / y le
entrego momentos / de esta vida de más que tanto aprecio.” Es un
tiempo plagado de contemplación (“Una sola mirada perdurable”;
“y atiende la mirada / esa hermosa ebriedad tan pasajera”) y de
lenguaje (“convivir todavía con las palabras claras”).
Pero
ese lenguaje sereno, de tono aforístico, a su vez, se apoya
inequívocamente en los objetos como verdaderos “lugares de paso”:
desde la lejana taza de Silesia de un libro temprano, Diario
abierto (1989),
hasta el rosal de un patio vacío en Señales,
los objetos cotidianos se nos describen como hitos en ese camino que
desde el principio de sabe fugaz y remiso a dejarse aprehender con la
promesa de acumular bienes. No, Dionisia García no se aferra a los
objetos que asoman en sus poemas; simplemente los envuelve con su
mirada, deja que despierten evocaciones en ella y después, con la
sabiduría de quien desde niña ha conocido la experiencia de la
pérdida y la dureza de la vida en el campo, los deja ir. El tono
meditativo de sus poemas no se presta al juego lúdico entre el
significado y su referente. Sin embargo, la desprendida comunicación
que la poeta establece con las cosas es indicio también de su
contemporaneidad; pues nadie que escriba después de las vanguardias
pictóricas de principios del siglo XX, que descubrieron para todos
la cualidad no instrumental de los objetos, puede escribir sin tener
esto en cuenta. Menos aún el poeta, que utiliza su objeto por
antonomasia (la palabra) suspendiéndola precisamente de su cualidad
instrumental inmediata, del intercambio comunicativo cotidiano.
Dionisia
García es, pues, una poeta de tono clásico, de sabiduría
contrastada (su aceptación de la vejez recuerda en ocasiones a la de
la lírica arcaica griega), de cierto animismo hacia el objeto de la
naturaleza y de la civilización (no por casualidad algunos de sus
poetas admirados son Hopkins y Keats, que reverenciaron al árbol y a
la urna griega respectivamente). Poeta que hunde sus raíces en la
memoria y sus efectos a largo plazo, en el “saber es recordar”
platónico. Y que incluso en sus memorias de vida interior,
publicadas en 2009, se nos presenta como una niña que atrapa el
tiempo en el vértice de su mirada, simplemente un instante
convertido en eternidad, para soltarlo después sin dolor inútil.
Por eso los versos finales de su poema “Edad tardía” no nos
suenan a epitafio, sino a palabras fluyendo en la corriente, lo mismo
que las del poeta cuyo nombre está escrito en el agua:
No
vendas por tan poco cuanto es tuyo.
Déjate
merecer. Has sido y estás siendo.
Arriesga
hasta el final con insistencia.
“Has
sido y estás siendo.” El lenguaje como la casa del ser (Heidegger).
La principal tarea del poeta en la vida, ser, ayudado por el hilo de
la memoria y el poder de las palabras. Res
et verba:
el objeto hecho palabra. Clásica y contemporánea, así es la poesía
de Dionisia García.
Natalia
Carbajosa es Doctora en Filología Inglesa por la Universidad de
Salamanca y profesora de la Universidad Politécnica de Cartagena. Ha
publicado libros y artículos en editoriales nacionales y extranjeras
sobre sus principales líneas de investigación, desarrolladas en
proyectos con la Universidad de Salamanca: Shakespeare y el teatro
isabelino, poesía modernista norteamericana (H.D., Wallace Stevens)
y poesía española contemporánea (Claudio Rodríguez, Jesús
Hilario Tundidor).
En la actualidad, realiza investigaciones sobre
los poetas del lenguaje (Rae Armantrout) y poesía comparada
(española y anglonorteamericana). Ha publicado traducciones de
poetas como H.D. (2008), Scott Hightower (2012), una antología de
poetas contemporáneas norteamericanas (2012) y Kathleen Raine
(2013), aparte de poemas sueltos y reseñas en revistas en las que es
colaboradora habitual (El
coloquio de los perros,
Jotdown).
Además, es autora de libros de poesía y relato.
ÁGORA DIGITAL MAYO 2013
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