martes, 21 de mayo de 2013

Dionisia García: Entre el lenguaje y la memoria, entre el clasicismo y la contemporaneidad. Por Natalia Carbajosa/ Dossier Dionisia "Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa"/2. Ágora-Papeles de Arte Gramático 1 Nueva Co-lección




DIONISIA GARCÍA: ENTRE EL LENGUAJE Y LA MEMORIA,

ENTRE EL CLASICISMO Y LA CONTEMPORANEIDAD

                                                   Por Natalia Carbajosa

 

 "Dionisia García conecta a un tiempo con el pensamiento clásico y con un aspecto muy llamativo de su propia contemporaneidad: el de las poetas españolas que, a la llegada de la democracia, inauguran un discurso poético con “autoridad”, de la que habían carecido sus predecesoras".
 
 
La poeta y profesora Natalia Carbajosa analiza la trayectoria de Dionisia García dentro de la poesía escrita por mujeres en España a partir de los 1970, y repasa los temas recurrentes a lo largo de la obra de la poeta (la memoria, los objetos, lo aforístico…).

                               


Cerca del oráculo de Trofonio, en Lebadea (Beocia) había dos manantiales, en cuyas aguas debían beber los consultantes: la fuente del Olvido (Lete) y la de la Memoria (Mnemósine). Lete pasó a ser alegoría favorita de poetas (el Olvido, hermano de la Muerte y el Sueño) y de filósofos (antes de volver a la vida y hallar otra vez un cuerpo, las almas bebían este brebaje, que les borraba de la memoria lo que habían visto en el mundo subterráneo). Por eso, según Platón, saber es recordar: es volver una y otra vez a Mnemósine, que nos recuerda que no venimos de la nada.

En una obra singular dentro de la trayectoria de Cesare Pavese, Diálogos con Leucó, Mnemósine le explica a Hesíodo que la memoria no es sino el recuerdo de la vida inmortal, esa que los mortales han de “recordar” para difundirla entre ellos mientras estén en el mundo. El hombre es esencialmente tiempo, un tiempo finito, pero su contribución al continuum de la civilización, constantemente reconocido como tal por el arte y la filosofía, de algún modo lo vincula, en efecto, con la inmortalidad. Incluso en estos tiempos en que la realidad inmediata nos acucia con sus sobresaltos, hay espacio, a poco que nos resistamos a sus vaivenes, para esa medida paralela del tiempo a la que nos conduce la memoria.

Qué somos sino memoria.” Son las palabras con las que Dionisia García comienza su Poética en la antología En voz alta: Las poetas de las generaciones de los 50 y los 70, publicada en Hiperión en 2007. No solo eso: uno de sus primeros poemarios, acaso el primero que la dio a conocer fuera del ámbito local, se titula, precisamente, Mnemosine (Rialp, Colección Adonais, 1981). Y dentro de él, en el poema “Memoria”, la poeta actualiza el mito de la diosa y nos presenta a un Zeus que, dejando a un lado los oropeles del poder, cae asombrado ante la cualidad de Mnemosine, trocando violencia por amor. Así se desprende de los versos finales:

     Agónico temblor entre los muros,
     batalla singular alentó el canto,
     hasta temblar las cítaras, con besos,
     y amar en Mnemosine la memoria.


En su reivindicación de la memoria como elemento vertebrador de la poesía, Dionisia García conecta a un tiempo con el pensamiento clásico y con un aspecto muy llamativo de su propia contemporaneidad: a saber, el de las poetas españolas que, con la apertura a la democracia de finales de los 70 del siglo pasado, inauguran un discurso poético con una firmeza (léase “autoridad”) de la que habían carecido sus predecesoras, abrumadas como estaban por el estereotipo de la “poetisa-ruiseñor”, que solo habría de ocuparse de temas románticos y domésticos (con excepciones notables como la de Ángela Figuera o Carmen Conde, entre otras). Parte de esta nueva actitud la refleja la apropiación que hacen las autoras de los mitos clásicos, a menudo reescribiéndolos bajo un nuevo prisma (el de la voz femenina que habla y actúa, en lugar de permanecer pasiva). Muchos son los ejemplos, tal como apunta Mª Dolores García Selma en su artículo “La búsqueda de una identidad literaria: un siglo de poesía escrita por mujeres”, publicado en Empireuma en 2004: Cordelia en Clara Janés, Dafne en Juana Castro, Lilit en Andrea Luca… Mnemósine en Dionisia García, podríamos añadir.

Esta técnica de apropiación de mitos con el fin de darles un nuevo sesgo que nunca antes habían tenido, no es nueva en la poesía escrita por mujeres: ya en el Modernismo angloamericano, con figuras como H.D. (Hilda Doolittle), que dio voz a personajes como Helena de Troya, Eurídice o Casandra, observamos cómo las poetas contemporáneas son capaces de asumir la tradición clásica con un espíritu crítico, a menudo lúdico y siempre opuesto a una única interpretación: penetran, por fin, en el Sancta Sanctorum de la sabiduría (no es casual que en tiempos de Virginia Woolf, por ejemplo, las mujeres tuvieran vetado el acceso a los estudios de filología clásica), y nos lo devuelven tamizado por el collage de la modernidad.

Pero la nueva tradición, si se permite el oxímoron, que inauguran las poetas españolas en los 70, no sería más que fuego de artificio si no hubiera conocido una continuidad. Continuidad que no puede ni debe descansar en la novedad constante: al contrario, si ha de afianzarse, la primera herramienta a disposición de sus artífices no es otra que el lenguaje, amplificado con resonancias tanto culturales como vitales. Y aquí, al igual que en el caso de los usos desacostumbrados de la tradición, las poetas se ven en la necesidad de buscar un modo de expresión en el que puedan reconocerse; algo así como dotarse a sí mismas de la voz con la que hacen hablar a sus personajes mitológicos, libre de pensamientos adoptados y ecos de modos de vida no elegidos. En palabras de Olvido García Valdés:

     "No se puede partir de lo dado, de una lengua-pensamiento que una forma de vida o de cultura conforma, la nuestra, una lengua históricamente patriarcal. Que las mujeres construyan en ella sus poemas o novelas, que piensen en esa lengua, necesariamente va arañando, añadiendo, contradiciendo, limando, socavando o destruyendo juegos del lenguaje, expresión que es su pensamiento y modo de ver el mundo".

En el caso de Dionisia García, la evolución formal de los libros posteriores a Mnemosine permite descubrir cada vez con más claridad la naturaleza de su pensamiento, su capacidad para tomar las riendas de su propia expresión. Curiosamente, ese punto de partida que supuso su atención a la memoria como instrumento del tiempo y construcción cultural a un tiempo, sigue presente en gran parte de sus libros posteriores: Interludio (1987), Lugares de paso (1999), El engaño de los días (2006) o el muy reciente Señales (2012). Todos ellos hablan, desde su misma presentación, de esa voluntad de no quedarse confundida (engañada) por el tiempo finito de los hombres, sino de seguir los indicios (las señales) que llevan a otra dimensión temporal, alentada por la diosa, en la que las circunstancias personales (los lugares de paso de la vida) adquieren proporciones relativas. He querido destacar, para los propósitos de este artículo, dos recursos estilísticos que singularizan la poesía de madurez de Dionisia García y acentúan su cualidad articulada: la atención a los objetos, por un lado, y su cualidad aforística por otro (no hay que olvidar que la autora también ha publicado libros de aforismos, como Voces detenidas (2004) y El caracol dorado (2011)).

La poesía de Dionisia García, en efecto, está llena de aforismos sorprendidos en mitad de una estrofa. Muchos de ellos expresan ese camino de ida y vuelta, ese fluir inacabado que es la vida en la percepción de la autora: “Al regresar prefiero traer lo más lejano, / aquello que llegando ilumina los sueños.” Dionisia García, además, conoce el privilegio de haber llegado (y seguir en ella) a una edad avanzada, con lo cual la relación de sus versos con el tiempo está llena de significado concreto, en absoluto ligada a una abstracción indefinida: “Me detiene la nada cristalina / y le entrego momentos / de esta vida de más que tanto aprecio.” Es un tiempo plagado de contemplación (“Una sola mirada perdurable”; “y atiende la mirada / esa hermosa ebriedad tan pasajera”) y de lenguaje (“convivir todavía con las palabras claras”).

Pero ese lenguaje sereno, de tono aforístico, a su vez, se apoya inequívocamente en los objetos como verdaderos “lugares de paso”: desde la lejana taza de Silesia de un libro temprano, Diario abierto (1989), hasta el rosal de un patio vacío en Señales, los objetos cotidianos se nos describen como hitos en ese camino que desde el principio de sabe fugaz y remiso a dejarse aprehender con la promesa de acumular bienes. No, Dionisia García no se aferra a los objetos que asoman en sus poemas; simplemente los envuelve con su mirada, deja que despierten evocaciones en ella y después, con la sabiduría de quien desde niña ha conocido la experiencia de la pérdida y la dureza de la vida en el campo, los deja ir. El tono meditativo de sus poemas no se presta al juego lúdico entre el significado y su referente. Sin embargo, la desprendida comunicación que la poeta establece con las cosas es indicio también de su contemporaneidad; pues nadie que escriba después de las vanguardias pictóricas de principios del siglo XX, que descubrieron para todos la cualidad no instrumental de los objetos, puede escribir sin tener esto en cuenta. Menos aún el poeta, que utiliza su objeto por antonomasia (la palabra) suspendiéndola precisamente de su cualidad instrumental inmediata, del intercambio comunicativo cotidiano.

Dionisia García es, pues, una poeta de tono clásico, de sabiduría contrastada (su aceptación de la vejez recuerda en ocasiones a la de la lírica arcaica griega), de cierto animismo hacia el objeto de la naturaleza y de la civilización (no por casualidad algunos de sus poetas admirados son Hopkins y Keats, que reverenciaron al árbol y a la urna griega respectivamente). Poeta que hunde sus raíces en la memoria y sus efectos a largo plazo, en el “saber es recordar” platónico. Y que incluso en sus memorias de vida interior, publicadas en 2009, se nos presenta como una niña que atrapa el tiempo en el vértice de su mirada, simplemente un instante convertido en eternidad, para soltarlo después sin dolor inútil. Por eso los versos finales de su poema “Edad tardía” no nos suenan a epitafio, sino a palabras fluyendo en la corriente, lo mismo que las del poeta cuyo nombre está escrito en el agua:

     No vendas por tan poco cuanto es tuyo.
    Déjate merecer. Has sido y estás siendo.
    Arriesga hasta el final con insistencia.

Has sido y estás siendo.” El lenguaje como la casa del ser (Heidegger). La principal tarea del poeta en la vida, ser, ayudado por el hilo de la memoria y el poder de las palabras. Res et verba: el objeto hecho palabra. Clásica y contemporánea, así es la poesía de Dionisia García.

                       

 

Natalia Carbajosa es Doctora en Filología Inglesa por la Universidad de Salamanca y profesora de la Universidad Politécnica de Cartagena. Ha publicado libros y artículos en editoriales nacionales y extranjeras sobre sus principales líneas de investigación, desarrolladas en proyectos con la Universidad de Salamanca: Shakespeare y el teatro isabelino, poesía modernista norteamericana (H.D., Wallace Stevens) y poesía española contemporánea (Claudio Rodríguez, Jesús Hilario Tundidor).

En la actualidad, realiza investigaciones sobre los poetas del lenguaje (Rae Armantrout) y poesía comparada (española y anglonorteamericana). Ha publicado traducciones de poetas como H.D. (2008), Scott Hightower (2012), una antología de poetas contemporáneas norteamericanas (2012) y Kathleen Raine (2013), aparte de poemas sueltos y reseñas en revistas en las que es colaboradora habitual (El coloquio de los perros, Jotdown). Además, es autora de libros de poesía y relato.

                                                                                ÁGORA DIGITAL MAYO 2013

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