lunes, 8 de julio de 2013

Juan Carlos Rodríguez: Señales para leer un libro titulado "Señales". Dossier Dionisia García: Señales de una escritura poética luminosa. Revista Ágora. Nueva Co-lección, vol. 1



                                                                        DOSSIER
DIONISIA GARCÍA: SEÑALES DE UNA ESCRITURA POÉTICA LUMINOSA /12

SEÑALES PARA LEER UN LIBRO TITULADO
  SEÑALES*

                                                         Por Juan Carlos Rodríguez
                                                         Universidad de Granada


1. Cuando se aproximan las fronteras aumentan las señales de tránsito, el tráfico, los signos que indican: “pasar/ no pasar”. Claro que hay fronteras de diversos tipos: por un lado las que nos impone el azar biológico, la vida en crudo sin más, y esas son las señales que nos aguardan en el espejo y que nos remiten a arrugas y surcos: hay gente que las llama cumpleaños y las anota en sus agendas para felicitarnos. Y hay otras fronteras relativamente distintas pero que albergan también señales no menos implacables: son las fronteras que nos impone la historia que nos ha hecho –o que nosotros contribuimos a hacer todos los días.

De un modo u otro, las fronteras y sus señales siempre duelen: son signos de ajenidad, de extrañamiento, de revelación de nuestros límites. Y a una de las maneras de expresar –o de cauterizar- ese dolor la llamamos escribir poesía. Sólo que la poesía, obviamente, es una tercera señal de frontera: tanto para quien la escribe como para quien la lee. Y por ahí el tráfico, el tránsito y los transeúntes, sí que suelen perderse como quien “deambula por un laberinto oscuro”. Pues se trata, ahora, de un viaje hacia el propio interior: para buscarse, para construirse o reconstruirse cada uno o cada una.

Sólo que esa búsqueda (corporal, histórica, psíquica, ritmada) sale hacia afuera como otro objeto extraño, como una voz o una mirada que hablan por sí mismas. Un objeto que es y no es lo que uno/ una quería escribir, algo que cobra vida después de mucho trabajo y de muchas sesiones de análisis y tachaduras. A ese objeto nuevo le llamamos poema y a los lectores nos sirve si nos dice también algo nuevo una experiencia inesperada a la hora de buscarnos a nosotros o de interrogar nuestro lugar en el mundo.

Pero puesto que a los lectores tampoco nos gusta demasiado rebuscar en nuestro interior o en nuestra relación con el mundo que habitamos, entonces ocurre que poca gente quiere andar por los vallados o las señales de esa interrogación o de ese laberinto oscuro. De modo que el tráfico (de transeúntes o de tránsitos) se adelgaza y dispersa ante tales señales: por eso quizá haya pocos lectores de poesía (aunque haya infinitos poetas y practicantes de su ejercicio retórico). Resulta preferible permanecer dentro de las señales establecidas, no pasar de los límites fijados: “Los gelonios andan a caballo… dentro de los límites fijados”, decía ya el ciudadano romano Horacio hablando de una gente aún no romana. Pero fijémonos ahora sólo en lo de los límites poéticos, pues no sabemos cómo se pronunciarían tales versos en un ritmo melódico enlazado en las largas y las breves algo tan distinto a nuestra métrica, basada en los acentos y en el cómputo silábico. Centrémonos, pues, sólo en la imagen del limes: eso sí lo sabemos. Para los romanos el limes o las señales de la frontera de la ciudad o del Imperio era(n) algo sagrado. Por eso César nunca debió cruzar el Rubicón, el límite prohibido. Por el contrario, en nuestro mundo, Freud nos enseñó a cruzar cualquier límite hacia adentro de nosotros mismos, como Marx nos mostró que no debería haber límites o fronteras en la historia. La poesía actual nos ha enseñado a condensar las señales de todos los límites o fronteras en un solo espacio: el texto del poema. Hasta el extremo de la vida y/o de la muerte: las aventuras de un viaje con o sin retorno.


2. He aquí, en fin, algunas de las señales que pueden resaltarse a la hora de leer el libro de Dionisia García titulado así: Señales. Y por eso he hablado de tránsito y de transeúntes. Puesto que ya en los años 70 Dionisia García se planteaba la poesía como “viaje” a través de una revista que se llamaba Tránsito. Y tras una trayectoria larga y muy densa, se nos presenta ahora con este libro de señales que condensa, repito, todas las fronteras: las biológicas, las históricas, la psíquicas y las poéticas, para ofrecernos un conjunto de poemas vivísimos.

El libro se inicia con un poema-prólogo y se cierra con un Epílogo, dos poemas tan restallantes que la sabiduría de la autora ha hecho muy bien en colocarlos en su sitio: para abrir y cerrar las puertas. Como si nos dijera: bienvenidos seáis y ahí os dejo eso. En su interior el libro se divide en dos partes; Sinfonías quebradas y Archivo inédito. Previa a todo aparece una ambigua cita de Heráclito sobre la que volveremos. Sinfonías quebradas alude obviamente a nuestra vida y a nuestra historia como músicas rotas; en Archivo inédito se nos muestran unos textos rescatados ahora del olvido. Puesto que el rescate de la memoria como vida presente es algo básico en la poética de Dionisia García, ya desde Mnemosine, uno de sus primeros libros. Se me dirá: si se habla de la memoria y se cita a Heráclito será un libro sobre el tiempo o sobre el paso del tiempo. Sí y no. Puesto que se trata siempre de un tiempo “en presente” y eso es muy difícil de conseguir.

Me explico: el primer poema tiene dos claves. Las llamaré con-pasión y no com-pasion hacia sí misma. Esto ocurre en casi todos los libros de Dionisia García, pero aquí surge con más fuerza que nunca. El poema se titula Inutilidad de la tristeza –que ya es bien sintomático- y veamos cómo empieza: 

                   Que la pasión no cese,


y los días oscuros 



sean preludio fiel 



de los comienzos nuevos.



Como diría Spinoza, hay que estar luchando siempre por pasar de las “pasiones tristes” a las “pasiones alegres”. Pues bien: de ahí la inutilidad de la tristeza. Eso es lo que Dionisia nos recuerda hasta el extremo: la vida es una belleza tan grande que hay que vivirla con-pasión (“que la pasión no cese”). Claro que no se trata de una alegría banal, sino sencillamente del hecho de estar vivos. Y claro que el dolor llega y nos acecha, pero no hay que animarlo: “Hemos de consentirle/ tan sólo lo preciso… aquello que los hombres/ no pueden remediar”. Pero ni un paso más en ese límite. Porque la vida es luz y se arriesga a vivir en la luz, aunque sea sólo un instante, un brillo en el espacio: “El paisaje de luz/ que la vida nos brinda,/ se arriesga sin demora”. Y si la vida se arriesga a vivir ¿cómo no la vamos a vivir nosotros? La plastificación del tiempo y el espacio es realmente magnífica: “Puede ser este instante/ en la tarde de otoño,/ que ahora se vislumbra/ con ocres y rojizos/ brillando entre los árboles”.

Fijémonos en ese este y en ese ahora que he subrayado por mi cuenta: ¿no he dicho que se trata de un tiempo “raro”, siempre en presente, como actualización plena de la vida?


3. El presente es el único límite que no se debe traspasar, sino atraparlo entre las manos, luchar por él, exprimirlo. No se trata, pues, sólo de “armonía y gozo” sino a la vez de: “lucha cómplice/ con quienes convivimos/ y por amor se entregan…” ¿A qué? Obviamente de nuevo al presente, en una dialéctica (ayer, hoy, mañana) que resulta bien palpable: “a una dicha posible/ que es hoy y no mañana”. Y con un verso que el poema nos deja suelto como una admonición decisiva: “Para el ayer el llanto”.

Y aquí es donde entra la cita de Heráclito: a Borges le encantaba Quevedo y despreciaba se sabe a Góngora. Sin embargo el Quevedo poeta, el del “Heráclito cristiano”, es ante todo un extraordinario fabulador del tiempo que pasa, del tiempo “que ni vuelve ni tropieza”. E igual ocurre con otro de nuestros grandes difusamente heracliteanos: Antonio Machado y su “palabra en el tiempo”, algo que sin embargo Machado tampoco sabe detener. No es normal en un libro sobre el tiempo que aparezca el tiempo detenido, cuajado, es decir, el presente como “atalaya de la vida humana”.

Lógicamente en esta “atalaya” se acumulan los años y los días que ya fueron pero como imágenes que se nos vuelven a ofrecer enraizadas en la memoria poética: viajes a través del tiempo personal y del mundo convivido. Poemas que se firman con rúbricas como Delhi, San Petersburgo, Auschwitz, Siglo XX… O con títulos bien explícitos: "Lacrimae Rerum", "Entre dos siglos", "Cercos", "Primer trabajo" (todos muy buenos, como "Permanente Rumor"). El poema final de la primera parte supone una señal bien significativa, pues se titula “Edad Tardía” (“arriesga hasta el final con insistencia”). Y desde ahí se inicia el Archivo Inédito, poemas magníficos de nuevo, mayoritariamente “homenajes” a personas queridas o admiradas: Esenin o Lorca, por ejemplo, o el dedicado a Edith Piaff: “Je ne regrette rien”, ese “no me arrepiento de nada” que se nos recuerda que cantó “la troubadore” de París. El epílogo (Seguridades) viene a reforzar clamorosamente toda la significación del libro: “Los días se detienen si te acercas y cantas”… “Venturoso poder presenciar el instante”… “Posible que las horas te parezcan distintas/ y ayuden a templar el cansancio y los límites”.


Efectivamente un libro que, como la Esfinge de Delfos en la cita inicial, nos envía señales para ser descifradas. Jamás descifraremos el mundo ni la vida pero hay que vivirla con-pasión (dije) y sin excesiva com-pasión hacia uno mismo. Sólo con la consciencia de los límites y de la necesidad de detener el tiempo. Como el mar, el símbolo máximo:

Cuando el mar está solo



nos parece que todo se detiene



Sin duda merece la pena viajar hasta el final con este libro.


___________
* Dionisia García: Señales, ed. Renacimiento, Sevilla, 2012.


Juan Carlos Rodríguez es Profesor de la Universidad de Granada. Se ha dedicado sobre todo al estudio de la literatura española y europea del “siglo de oro”, a la literatura hispanoamericana y al análisis de la cultura posmoderna. 

Entre sus libros publicados destacamos: Teoría e Historia de la Producción Ideológica, 1975, 1990, traducido al inglés (University of Delaware Press, 2002); La Norma Literaria, 1984, 1994, 2000, traducido al inglés (University of Delaware Press, 2008); La Poesía, la Música y el Silencio (De Mallarmé a Wittgenstein), 1994; Lorca y el Sentido (Un inconsciente para una historia), 1994; La literatura del pobre,1994, 2001; Dichos y escritos (Sobre la Otra Sentimentalidad y otros textos fechados de poética),1999; De qué hablamos cuando hablamos de literatura, 2002; Brecht e il potere della letteratura, Roma, 2002; Althusser: Blow-up. Las líneas maestras de un pensamiento distinto, 2002; El escritor que compró su propio libro. Para leer el Quijote, 2003, Premio Josep Janés de Ensayo literario, (2ª edición revisada, Comares, Granada, 2013); Literatura, moda y erotismo: el deseo, 2003; Pensar/ leer históricamente, 2005; Tras la muerte del Aura (En contra y a favor de la Ilustración), 2011; Para una lectura de Heidegger (Algunas claves de la escritura actual), 2011, Formas de leer a Borges (o las trampas de la lectura), 2012.


         REVISTA ÁGORA DIGITAL JULIO 2013

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