DOSSIER
DIONISIA
GARCÍA: SEÑALES DE UNA ESCRITURA POÉTICA LUMINOSA /12
SEÑALES
PARA LEER UN LIBRO TITULADO
SEÑALES*
Por Juan
Carlos Rodríguez
Universidad de Granada
1.
Cuando se aproximan las fronteras aumentan las señales de tránsito,
el tráfico, los signos que indican: “pasar/ no pasar”. Claro que
hay fronteras de diversos tipos: por un lado las que nos impone el
azar biológico, la vida en crudo sin más, y esas son las señales
que nos aguardan en el espejo y que nos remiten a arrugas y surcos:
hay gente que las llama cumpleaños y las anota en sus agendas
para felicitarnos. Y hay otras fronteras relativamente distintas pero
que albergan también señales no menos implacables: son las
fronteras que nos impone la historia que nos ha hecho –o que
nosotros contribuimos a hacer todos los días.
De
un modo u otro, las fronteras y sus señales siempre duelen: son
signos de ajenidad, de extrañamiento, de revelación de nuestros
límites. Y a una de las maneras de expresar –o de cauterizar- ese
dolor la llamamos escribir poesía. Sólo que la poesía, obviamente,
es una tercera señal de frontera: tanto para quien la escribe como
para quien la lee. Y por ahí el tráfico, el tránsito y los
transeúntes, sí que suelen perderse como quien “deambula por un
laberinto oscuro”. Pues se trata, ahora, de un viaje hacia el
propio interior: para buscarse, para construirse o reconstruirse cada
uno o cada una.
Sólo
que esa búsqueda (corporal, histórica, psíquica, ritmada) sale
hacia afuera como otro objeto extraño, como una voz o una mirada que
hablan por sí mismas. Un objeto que es y no es lo que uno/ una
quería escribir, algo que cobra vida después de mucho trabajo y de
muchas sesiones de análisis y tachaduras. A ese objeto nuevo le
llamamos poema y a los lectores nos sirve si nos dice también algo
nuevo —una experiencia
inesperada— a la hora de
buscarnos a nosotros o de interrogar nuestro lugar en el mundo.
Pero
puesto que a los lectores tampoco nos gusta demasiado rebuscar en
nuestro interior o en nuestra relación con el mundo que habitamos,
entonces ocurre que poca gente quiere andar por los vallados o las
señales de esa interrogación o de ese laberinto oscuro. De modo que
el tráfico (de transeúntes o de tránsitos) se adelgaza y dispersa
ante tales señales: por eso quizá haya pocos lectores de poesía
(aunque haya infinitos poetas y practicantes de su ejercicio
retórico). Resulta preferible permanecer dentro de las señales
establecidas, no pasar de los límites fijados: “Los gelonios andan
a caballo… dentro de los límites fijados”, decía ya el
ciudadano romano Horacio hablando de una gente aún no romana.
Pero fijémonos ahora sólo en lo de los límites poéticos, pues no
sabemos cómo se pronunciarían tales versos en un ritmo melódico
enlazado en las largas y las breves —algo
tan distinto a nuestra métrica, basada en los acentos y en el
cómputo silábico—.
Centrémonos, pues, sólo en la imagen del limes: eso sí lo
sabemos. Para los romanos el limes o las señales de la
frontera de la ciudad o del Imperio era(n) algo sagrado. Por eso
César nunca debió
cruzar el Rubicón, el límite prohibido. Por el contrario, en
nuestro mundo, Freud nos enseñó a cruzar cualquier límite
hacia adentro de nosotros mismos, como Marx nos mostró que no
debería haber límites o fronteras en la historia. La poesía actual
nos ha enseñado a condensar las señales de todos los límites o
fronteras en un solo espacio: el texto del poema. Hasta el extremo de
la vida y/o de la muerte: las aventuras de un viaje con o sin
retorno.
2.
He aquí, en fin, algunas de las señales que pueden resaltarse a la
hora de leer el libro de Dionisia García titulado así:
Señales. Y por eso he hablado de tránsito y de transeúntes.
Puesto que ya en los años 70 Dionisia García se planteaba la poesía
como “viaje” a través de una revista que se llamaba Tránsito.
Y tras una trayectoria larga y muy densa, se nos presenta ahora con
este libro de señales que condensa, repito, todas las
fronteras: las biológicas, las históricas, la psíquicas y las
poéticas, para ofrecernos un conjunto de poemas vivísimos.
El
libro se inicia con un poema-prólogo y se cierra con un Epílogo,
dos poemas tan restallantes que la sabiduría de la autora ha hecho
muy bien en colocarlos en su sitio: para abrir y cerrar las puertas.
Como si nos dijera: bienvenidos seáis y ahí os dejo eso. En su
interior el libro se divide en dos partes; Sinfonías quebradas
y Archivo inédito. Previa a todo aparece una ambigua cita de
Heráclito sobre la que volveremos. Sinfonías quebradas
alude obviamente a nuestra vida y a nuestra historia como músicas
rotas; en Archivo inédito se nos muestran unos textos
rescatados ahora del olvido. Puesto que el rescate de la memoria como
vida presente es algo básico en la poética de Dionisia García, ya
desde Mnemosine, uno de sus primeros libros. Se me dirá: si
se habla de la memoria y se cita a Heráclito será un libro sobre el
tiempo o sobre el paso del tiempo. Sí y no. Puesto que se trata
siempre de un tiempo “en presente” y eso es muy difícil de
conseguir.
Me
explico: el primer poema tiene dos claves. Las llamaré con-pasión
y no com-pasion hacia sí misma. Esto ocurre en casi todos los
libros de Dionisia García, pero aquí surge con más fuerza que
nunca. El poema se titula Inutilidad de la tristeza –que ya
es bien sintomático- y veamos cómo empieza:
Que la pasión no cese,
Que la pasión no cese,
y los días oscuros
sean preludio fiel
de los comienzos nuevos.
Como
diría Spinoza, hay que estar luchando siempre por pasar de
las “pasiones tristes” a las “pasiones alegres”. Pues bien:
de ahí la inutilidad de la tristeza. Eso es lo que Dionisia nos
recuerda hasta el extremo: la vida es una belleza tan grande que hay
que vivirla con-pasión (“que la pasión no cese”). Claro que no
se trata de una alegría banal, sino sencillamente del hecho
de estar vivos. Y claro que el dolor llega y nos acecha, pero no hay
que animarlo: “Hemos de consentirle/ tan sólo lo preciso…
aquello que los hombres/ no pueden remediar”. Pero ni un paso más
en ese límite. Porque la vida es luz y se arriesga a vivir en la
luz, aunque sea sólo un instante, un brillo en el espacio: “El
paisaje de luz/ que la vida nos brinda,/ se arriesga sin demora”. Y
si la vida se arriesga a vivir ¿cómo no la vamos a vivir nosotros?
La plastificación del tiempo y el espacio es realmente magnífica:
“Puede ser este instante/ en la tarde de otoño,/ que ahora
se vislumbra/ con ocres y rojizos/ brillando entre los árboles”.
Fijémonos
en ese este y en ese ahora que he subrayado por mi
cuenta: ¿no he dicho que se trata de un tiempo “raro”, siempre
en presente, como actualización plena de la vida?
3. El presente es el único límite que no se debe traspasar, sino
atraparlo entre las manos, luchar por él, exprimirlo. No se trata,
pues, sólo de “armonía y gozo” sino a la vez de: “lucha
cómplice/ con quienes convivimos/ y por amor se entregan…” ¿A
qué? Obviamente de nuevo al presente, en una dialéctica (ayer, hoy,
mañana) que resulta bien palpable: “a una dicha posible/ que es
hoy y no mañana”. Y con un verso que el poema nos deja
suelto como una admonición decisiva: “Para el ayer el llanto”.
Y
aquí es donde entra la cita de Heráclito: a Borges le
encantaba Quevedo y despreciaba —se
sabe— a Góngora. Sin
embargo el Quevedo poeta, el del “Heráclito cristiano”, es ante
todo un extraordinario fabulador del tiempo que pasa, del tiempo “que
ni vuelve ni tropieza”. E igual ocurre con otro de nuestros grandes
difusamente heracliteanos: Antonio Machado y su “palabra en
el tiempo”, algo que sin embargo Machado tampoco sabe detener. No
es normal en un libro sobre el tiempo que aparezca el tiempo
detenido, cuajado, es decir, el presente como “atalaya de la
vida humana”.
Lógicamente
en esta “atalaya” se acumulan los años y los días que ya fueron
pero como imágenes que se nos vuelven a ofrecer enraizadas en la
memoria poética: viajes a través del tiempo personal y del mundo
convivido. Poemas que se firman con rúbricas como Delhi, San
Petersburgo, Auschwitz, Siglo XX… O con títulos bien explícitos:
"Lacrimae Rerum", "Entre dos siglos", "Cercos", "Primer trabajo" (todos muy
buenos, como "Permanente Rumor"). El poema final de la primera parte
supone una señal bien significativa, pues se titula “Edad Tardía”
(“arriesga hasta el final con insistencia”). Y desde ahí se
inicia el Archivo Inédito, poemas magníficos de nuevo,
mayoritariamente “homenajes” a personas queridas o admiradas:
Esenin o Lorca, por ejemplo, o el dedicado a Edith
Piaff: “Je ne regrette rien”, ese “no me arrepiento de
nada” que se nos recuerda que cantó “la troubadore” de París.
El epílogo (Seguridades) viene a reforzar clamorosamente toda
la significación del libro: “Los días se detienen si te acercas y
cantas”… “Venturoso poder presenciar el instante”… “Posible
que las horas te parezcan distintas/ y ayuden a templar el cansancio
y los límites”.
Efectivamente
un libro que, como la Esfinge de Delfos en la cita inicial, nos envía
señales para ser descifradas. Jamás descifraremos el mundo ni la
vida pero hay que vivirla con-pasión (dije) y sin excesiva
com-pasión hacia uno mismo. Sólo con la consciencia de los
límites y de la necesidad de detener el tiempo. Como el mar, el
símbolo máximo:
Cuando el mar está solo
nos parece que todo se
detiene
Sin
duda merece la pena viajar hasta el final con este libro.
___________
* Dionisia García: Señales,
ed. Renacimiento, Sevilla, 2012.
Juan
Carlos Rodríguez es Profesor de la Universidad de Granada. Se ha
dedicado sobre todo al estudio de la literatura española y europea
del “siglo de oro”, a la literatura hispanoamericana y al
análisis de la cultura posmoderna.
Entre sus libros publicados
destacamos: Teoría
e Historia de la Producción Ideológica,
1975,
1990, traducido al inglés (University
of Delaware Press, 2002); La
Norma Literaria, 1984,
1994, 2000, traducido al inglés (University
of Delaware Press, 2008);
La
Poesía, la Música y el Silencio (De Mallarmé a Wittgenstein),
1994; Lorca
y el Sentido (Un inconsciente para una historia),
1994; La
literatura del pobre,1994,
2001; Dichos
y escritos (Sobre la Otra Sentimentalidad y otros textos fechados de
poética),1999;
De
qué hablamos cuando hablamos de literatura,
2002; Brecht e il potere
della letteratura, Roma, 2002;
Althusser: Blow-up. Las líneas
maestras de un pensamiento distinto,
2002; El escritor que compró
su propio libro. Para leer el Quijote,
2003, Premio Josep Janés de Ensayo literario, (2ª edición
revisada, Comares, Granada, 2013); Literatura,
moda y erotismo: el deseo,
2003; Pensar/
leer históricamente,
2005; Tras
la muerte del Aura (En contra y a favor de la Ilustración),
2011;
Para una
lectura de Heidegger (Algunas claves de la escritura actual),
2011, Formas
de leer a Borges (o las trampas de la lectura),
2012.
REVISTA ÁGORA DIGITAL JULIO 2013
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