domingo, 16 de diciembre de 2018

Soledades y Campos de Castilla. A Antonio Machado. Poema de Fulgencio Martínez


                         

          A ANTONIO MACHADO


Soledades y Campos de Castilla
guardan recuerdos alegres y tristes
de nosotros, los lectores que fuimos.
Éramos aún ayer adolescentes.

No pasa el tiempo: pasamos nosotros                                                                y en el espejo en el que nos miramos 
nos vemos como un niño que en la noche
de una fiesta se pierde entre el gentío
.

La vida sabe herirnos en lo más hondo,
mas guarda siempre el hilo de esperanza
que un día dio a nuestro vivir refugio.

Aunque vamos solos después de oírlo,
no vamos solos, nos acompaña él
con las lluvias de abril y el sol de mayo...




Fulgencio Martínez

martes, 27 de noviembre de 2018

"La ciudad de los mis ojos" de Venancio Iglesias, se presenta en León

 

LA CIUDAD DE LOS MIS OJOS, DE VENANCIO IGLESIAS MARTÍN. /EDITORIAL LOBO SAPIENS

 

Este miércoles 28 de noviembre se presenta en León la novela de Venancio Iglesias Martín La ciudad de los mil ojos. 

El acto tendrá lugar a las 7.30 h, de la tarde, en un hotel céntrico de León.

Será presentado por el escritor y periodista José Antonio Montesinos, autor del prólogo a la edición de la novela que se presenta. Intervendrán también en el acto Pedro Trapiello, escritor y articulista local; Pedro Blanco, catedrático de Literatura; y José Antonio Martínez Reñones, editor de Lobo Sapiens.

sábado, 17 de noviembre de 2018

A Joaquín Lomba, con convencimiento. Un artículo que recuerda con admiración y gratitud al filósofo y profesor zaragozano



A JOAQUÍN LOMBA, CON CONVECIMIENTO


Mi recuerdo se ha vuelto, esta tarde otoñal, hacia el profesor Joaquín Lomba Fuentes, maestro de Filosofía de toda una generación de profesores que salieron de las aulas de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia.  Joaquín falleció el pasado 5 de marzo de 2018, en Zaragoza, su ciudad natal.


Tras años de luchar en Murcia por una Facultad de Filosofía competente, volvería a la ciudad del río Ibero, padre nuestro. Y allí, a las orillas del Ebro (río común de íberos, romanos, incluso cartagineses, árabes, judíos y de cuantos, antes del Big Bang, se conocían entre sí como españoles) creó, en 1990, la Sociedad de Filosofía Medieval, lustre internacional de su Universidad y de su tierra; allí publicó unos cuantos libros imprescindibles sobre filósofos árabes y judíos de la España medieval.

Joaquín Lomba tenía ya, en los años murcianos en que fue “mi” profesor, entre 1977 y 1979, una condición de filósofo por partida doble: por un lado, era un sabio en punto a erudición (en lenguas latina, griega, árabe y hebrea, y en Filosofía y en Historia) pero, sobre todo, a tenor de su contagiosa curiosidad. Quien lo respiraba o simplemente contemplaba se volvía filósofo, al menos por unos momentos. Te preguntabas cómo saca tiempo este hombre para estudiar tanto, ¿sacaré yo al menos la mitad de horas al día que él?, y sí, si llegara uno a tener la mitad de su motivación y su emprendimiento filosófico.

Joaquín nos reunía en Murcia, por el barrio de santa Eulalia, a sus alumnos de filosofía (éramos tan pocos que cabíamos en su estudio- apartamento, eso sí todos sentados en el suelo), para continuar las clases de filosofía que impartía en las aulas: en el viejo aulario de Letras, muchas veces mezclados como estábamos con otros cien alumnos más, que procedían de los estudios de Historia, Psicología o Pedagogía.
Recuerdo que, en esas clases informales, a lo Juan de Mairena, te aconsejaba de cine, de la última traducción del poeta alemán Hölderlin  (en bilingüe, en Río Nuevo), como de un concierto de música clásica que iba a celebrarse en un colegio mayor; y, por supuesto, de sus queridos presocráticos, y de Aristóteles. Siempre estábamos releyendo la filosofía, hasta tal punto que era una broma, o palabra de reconocimiento en nuestra pandilla referirse a cualquier cosa que estuviéramos haciendo tal que si fuera un releer (en la cafetería, si preguntábamos por fulanito, alguien respondía: está releyendo la carta, antes de elegir, invariablemente, el menú económico, o, en la biblioteca, estábamos releyendo la historia de Occidente mientras en realidad leíamos Las palabras y las cosas de Foucault. Y hasta ligar pretendía ser releer la historia de la sexualidad). 

Pero, entretanto, algo sí se hacía de relectura de la filosofía: La verdad era que nosotros no nos llamábamos Borges, no habíamos tenido aún tiempo de leer muchos libros y, menos, de releer, pero él, sí; él, el Filósofo, nos atraía e implicaba en esa tarea intelectual de replantearnos qué era eso de filosofía, eso que empezaran a hacer los griegos hacía más de 2000 años. 

Muchos de nosotros, yo así lo siento al menos, hemos crecido preguntándonos qué es eso de la filosofía, haciendo relecturas, y ahora, con el tiempo y unas horas más de estudio, debemos responderle con toda humildad al maestro, y mostrarle lo que cada uno pueda de convencimiento. Sí. Hemos sacado la idea de que el mundo, por más que finja honrar a la filosofía, no ha logrado desarmarla, ni mucho menos, cuando la ha atacado directamente y sin fingimiento, ha podido doblegarla. Que es esa cosa una fuerza rebelde, que ninguna ideología puede contener ni reprimir y que la ciencia solo puede acompañar. El amor a la verdad, quizá sea uno de sus nombres, y las ideas, palabras de un poema de amor a la verdad. Que hay diferencia entre ideología y utopía: los filósofos han parido utopías para que se realizaran, y han creído en ellas de forma ingenua; la ideología, no. La ideología hace como que tiene ideas, las utiliza contra otras ideologías pero su fin es conseguir el poder para un bando que representa a los buenos, frente a los malos. No hay cosa que aburra más a un filósofo que el maniqueísmo, provenga de izquierdas o de derechas, siempre con un tranco preparado para golpear sobre la cabeza que piense. 

Él, Joaquín Lomba, hablaba mucho de un tal Aristóteles, se preguntaba si la suya era “una filosofía u-tópica”. Llamar a la filosofía aristotélica utópica no acababa uno de entenderlo, entonces no, y algunos no todavía. El Aristóteles metafísico que no acaba de cerrar su filosofía por arriba, tenía que descender al Aristóteles ético y político, para ver su condición de no cierre, de ucronía y utopía. Pero para entenderlo había que esperar a hoy, y releer al Aristóteles de las virtudes: las éticas (la moderación, la generosidad, la valentía) pero sobre todo las dianoéticas o intelectuales, como la ciencia, el arte, la prudencia o la misma sabiduría.

¿Qué querrá decir hoy en este mundo digital que nos acogota en el “caos orientado” del siglo XXI eso de la virtud de la ciencia, o la virtud del arte o de la prudencia en la vida personal y en la política? La información está hoy a precio de saldo tirada en los supermercados de Internet, basta buscarla, cogerla y devorarla al momento: la ciencia hoy no puede hacer hombres de ciencia, con las disposiciones de honestidad intelectualidad, objetividad, rigor, amor a la verdad, curiosidad, etc, que esperamos en un hombre así. Los muchos títulos no dan sabiduría, ni la mucha información virtud y buen juicio. ¿Es posible cerrar las Universidades y abolir de paso la era digital? No. Pero en parte sería deseable. Pregúntate por qué esa reserva.

Si algo servía al final el saber era para formar al ser humano en determinadas disposiciones, hábitos llamados virtudes de la inteligencia; así el arte formaba en el amor a la obra bien hecha, en el trabajo, en el valor de la oportunidad y la innovación que surge de una feliz idea, en el reconocimiento de la creatividad; la prudencia formaba el alma deliberativa, que reflexiona y estima varias alternativas antes de tomar decisiones.  En nuestro mundo (¿solo en nuestro mundo?) la filosofía de Aristóteles se ha vuelto utópica, porque atiende a lo final y lo final ha sido reemplazado por el cortoplazo y la inmediatez. La Universidad no solo era transmisora de saber sino una empresa de formar almas de ciencia, con  virtudes apreciables en un hombre científico. Era el saber “práctico” de los antiguos un saber también de Lomba, quien no de casualidad fue uno de los que hicieron más porque la Universidad de Murcia tuviera facultad de Filosofía propia.  

¿Qué diría hoy Joaquín cuando viera que la propia Universidad de Murcia decidió, hace años, no exigir como requisito de admisión a sus alumnos el conocimiento de la filosofía, para que el espíritu filosófico impregne la condición de universitario? ¿De qué sirve que se vuelva a poner obligatoria la Filosofía en el Bachillerato por mano del Gobierno, si luego la Universidad no valora la filosofía en su aportación imprescindible para el nivel formativo al que aspira?  Esas ideas finales de la ciencia, del arte, de la prudencia y de la sabiduría son, quizá, lo que quienes han dirigido y dirigen las Universidades no han querido ni quieren ver, perdidos en su estadísticas y compromisos. 

Igual que en los institutos de Bachillerato, donde se puede seguir el bachillerato de investigación, sin filosofía, lo cual no es ni Bachillerato ni investigación, pues donde no hay formación en filosofía no hay propiamente nivel de bachillerato, por las competencias críticas y lógicas que la filosofía aporta al alumnado, ni hay investigación, pues la formación del investigador requiere saber lo que es la virtud del científico, lo que enseña Aristóteles, y enseñaba y encarnaba Joaquín Lomba, tanto por su curiosidad como por su humanidad acogedora.


FULGENCIO MARTÍNEZ
Profesor de Filosofía y escritor