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martes, 27 de noviembre de 2018
sábado, 17 de noviembre de 2018
A Joaquín Lomba, con convencimiento. Un artículo que recuerda con admiración y gratitud al filósofo y profesor zaragozano
A JOAQUÍN LOMBA, CON CONVECIMIENTO
Mi recuerdo se ha vuelto, esta tarde otoñal, hacia el profesor Joaquín Lomba Fuentes, maestro de Filosofía de toda una generación de
profesores que salieron de las aulas de la Facultad de Letras de la Universidad
de Murcia. Joaquín falleció el pasado 5
de marzo de 2018, en Zaragoza, su ciudad natal.
Tras años de luchar en Murcia por una Facultad de Filosofía
competente, volvería a la ciudad del río Ibero, padre nuestro. Y allí, a las
orillas del Ebro (río común de íberos, romanos, incluso cartagineses, árabes,
judíos y de cuantos, antes del Big Bang,
se conocían entre sí como españoles) creó, en 1990, la Sociedad de Filosofía
Medieval, lustre internacional de su Universidad y de su tierra; allí publicó unos
cuantos libros imprescindibles sobre filósofos árabes y judíos de la España
medieval.
Joaquín Lomba tenía ya, en los años murcianos en que fue “mi”
profesor, entre 1977 y 1979, una condición de filósofo por partida doble: por
un lado, era un sabio en punto a erudición (en lenguas latina, griega, árabe y
hebrea, y en Filosofía y en Historia) pero, sobre todo, a tenor de su
contagiosa curiosidad. Quien lo respiraba o simplemente contemplaba se volvía
filósofo, al menos por unos momentos. Te preguntabas cómo saca tiempo este
hombre para estudiar tanto, ¿sacaré yo al menos la mitad de horas al día que
él?, y sí, si llegara uno a tener la mitad de su motivación y su emprendimiento
filosófico.
Joaquín nos reunía en Murcia, por el barrio de santa Eulalia,
a sus alumnos de filosofía (éramos tan pocos que cabíamos en su estudio-
apartamento, eso sí todos sentados en el suelo), para continuar las clases de
filosofía que impartía en las aulas: en el viejo aulario de Letras, muchas
veces mezclados como estábamos con otros cien alumnos más, que procedían de los
estudios de Historia, Psicología o Pedagogía.
Recuerdo que, en esas clases informales, a lo Juan de Mairena, te aconsejaba de cine,
de la última traducción del poeta alemán Hölderlin
(en bilingüe, en Río Nuevo), como de
un concierto de música clásica que iba a celebrarse en un colegio mayor; y, por
supuesto, de sus queridos presocráticos, y de Aristóteles. Siempre estábamos releyendo
la filosofía, hasta tal punto que era una broma, o palabra de
reconocimiento en nuestra pandilla referirse a cualquier cosa que estuviéramos
haciendo tal que si fuera un releer (en la cafetería, si preguntábamos por
fulanito, alguien respondía: está releyendo la carta, antes de elegir,
invariablemente, el menú económico, o, en la biblioteca, estábamos releyendo la
historia de Occidente mientras en realidad leíamos Las palabras y las cosas de Foucault.
Y hasta ligar pretendía ser releer la historia de la sexualidad).
Pero, entretanto, algo sí se hacía de relectura de la
filosofía: La verdad era que nosotros no nos llamábamos Borges, no habíamos tenido aún tiempo de leer muchos libros y,
menos, de releer, pero él, sí; él, el Filósofo, nos atraía e implicaba en esa
tarea intelectual de replantearnos qué era eso de filosofía, eso que empezaran
a hacer los griegos hacía más de 2000 años.
Muchos de nosotros, yo así lo siento al menos, hemos crecido
preguntándonos qué es eso de la filosofía, haciendo relecturas, y ahora, con el
tiempo y unas horas más de estudio, debemos responderle con toda humildad al
maestro, y mostrarle lo que cada uno pueda de convencimiento. Sí. Hemos sacado
la idea de que el mundo, por más que finja honrar a la filosofía, no ha logrado
desarmarla, ni mucho menos, cuando la ha atacado directamente y sin
fingimiento, ha podido doblegarla. Que es esa
cosa una fuerza rebelde, que ninguna ideología puede contener ni reprimir y
que la ciencia solo puede acompañar. El amor a la verdad, quizá sea uno de sus
nombres, y las ideas, palabras de un poema de amor a la verdad. Que hay
diferencia entre ideología y utopía: los filósofos han parido utopías para que
se realizaran, y han creído en ellas de forma ingenua; la ideología, no. La
ideología hace como que tiene ideas, las utiliza contra otras ideologías pero
su fin es conseguir el poder para un bando que representa a los buenos, frente
a los malos. No hay cosa que aburra más a un filósofo que el maniqueísmo,
provenga de izquierdas o de derechas, siempre con un tranco preparado para
golpear sobre la cabeza que piense.
Él, Joaquín Lomba, hablaba mucho de un tal Aristóteles, se
preguntaba si la suya era “una filosofía u-tópica”. Llamar a la filosofía
aristotélica utópica no acababa uno de entenderlo, entonces no, y algunos no
todavía. El Aristóteles metafísico que no acaba de cerrar su filosofía por
arriba, tenía que descender al Aristóteles ético y político, para ver su
condición de no cierre, de ucronía y utopía. Pero para entenderlo había que
esperar a hoy, y releer al Aristóteles de las virtudes: las éticas (la
moderación, la generosidad, la valentía) pero sobre todo las dianoéticas o
intelectuales, como la ciencia, el arte, la prudencia o la misma sabiduría.
¿Qué querrá decir hoy en este mundo digital que nos acogota en
el “caos orientado” del siglo XXI eso de la virtud de la ciencia, o la virtud
del arte o de la prudencia en la vida personal y en la política? La información
está hoy a precio de saldo tirada en los supermercados de Internet, basta
buscarla, cogerla y devorarla al momento: la ciencia hoy no puede hacer hombres
de ciencia, con las disposiciones de honestidad intelectualidad, objetividad,
rigor, amor a la verdad, curiosidad, etc, que esperamos en un hombre así. Los
muchos títulos no dan sabiduría, ni la mucha información virtud y buen juicio.
¿Es posible cerrar las Universidades y abolir de paso la era digital? No. Pero en parte sería deseable. Pregúntate por
qué esa reserva.
Si algo servía al final el saber era para formar al ser
humano en determinadas disposiciones, hábitos llamados virtudes de la
inteligencia; así el arte formaba en el amor a la obra bien hecha, en el
trabajo, en el valor de la oportunidad y la innovación que surge de una feliz
idea, en el reconocimiento de la creatividad; la prudencia formaba el alma deliberativa,
que reflexiona y estima varias alternativas antes de tomar decisiones. En nuestro mundo (¿solo en nuestro mundo?) la
filosofía de Aristóteles se ha vuelto utópica, porque atiende a lo final y lo
final ha sido reemplazado por el cortoplazo y la inmediatez. La Universidad no
solo era transmisora de saber sino una empresa de formar almas de ciencia, con virtudes apreciables en un hombre científico.
Era el saber “práctico” de los antiguos un saber también de Lomba, quien no de
casualidad fue uno de los que hicieron más porque la Universidad de Murcia
tuviera facultad de Filosofía propia.
¿Qué
diría hoy Joaquín cuando viera que la propia Universidad de Murcia decidió,
hace años, no exigir como requisito de admisión a sus alumnos el conocimiento de
la filosofía, para que el espíritu filosófico impregne la condición de
universitario? ¿De qué sirve que se vuelva a poner obligatoria la Filosofía en
el Bachillerato por mano del Gobierno, si luego la Universidad no valora la
filosofía en su aportación imprescindible para el nivel formativo al que aspira? Esas ideas finales de la ciencia, del arte,
de la prudencia y de la sabiduría son, quizá, lo que quienes han dirigido y
dirigen las Universidades no han querido ni quieren ver, perdidos en su
estadísticas y compromisos.
Igual que en los institutos de Bachillerato, donde se
puede seguir el bachillerato de investigación, sin filosofía, lo cual no es ni
Bachillerato ni investigación, pues donde no hay formación en filosofía no hay
propiamente nivel de bachillerato, por las competencias críticas y lógicas que
la filosofía aporta al alumnado, ni hay investigación, pues la formación del investigador
requiere saber lo que es la virtud del científico, lo que enseña Aristóteles, y
enseñaba y encarnaba Joaquín Lomba, tanto por su curiosidad como por su
humanidad acogedora.
FULGENCIO
MARTÍNEZ
Profesor de Filosofía y
escritor


jueves, 15 de noviembre de 2018
LA ETIMOLOGÍA DEL TOPÓNIMO LA ÑORA, Y DE LA RUEDA Y LA HISTORIA DE ESTA LOCALIDAD MURCIANA Por Fulgencio Martínez. Publicado en la revista Cangilón
LA ETIMOLOGÍA DEL TOPÓNIMO LA ÑORA, Y DE LA RUEDA Y
LA HISTORIA DE ESTA LOCALIDAD MURCIANA
Fulgencio Martínez
En este enlace puedes leer un trabajo histórico-etimológico sobre el topónimo La ñora, un lugar de Murcia, asociado al famoso pimiento llamado ñora o añora. La filología puede deparar sorpresas y actualidades, además de ser divertida y rigurosa.
http://cangilon.regmurcia.com/revista/N34/N34-02.pdf
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